jueves, 4 de julio de 2024

Dos soles.

Por jugar a ser dios cuando no debíamos, hemos provocado nuestra propia extinción.
Sobre nuestras cabezas penden dos gigantescos soles: el de toda la vida que nos da calor y sin el cual seguramente nos extinguiríamos, y una gigante roja diez veces más grande que nuestro sol, que nos achicharraría sin despeinarse con más de 5000 grados.

Os diré qué pasó: creamos lo que en un principio creíamos una fuente inagotable de energía y que podríamos mantener bajo control. ¡Qué ingenuos fuimos al pensar que podríamos controlar nuestro propio experimento!

Esa fuente de energía, además de ser inagotable, iba creciendo de forma exponencial. No se nos ocurrió otra cosa que lanzar la bola de energía hacia el espacio, pero con tan mala fortuna que se quedó en la órbita de Marte y, a la velocidad a la que iba incrementando su masa, no tardaría en engullirnos, abrasando todo a su paso, incluida la raza que un día quiso jugar a ser dios y se aniquiló a sí misma.

M. D.  Alvarez 

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