Estaba ante uno de los últimos
cementerios de elefantes. Lo más curioso que se observaba era que las osamentas
de los grandes machos carecían de sus codiciados colmillos de marfil. Y no por
la codicia de cazadores y ladrones sino porque los elefantes habían
evolucionado para no despertar el consabido interés por sus colmillos. Aun así,
continúa la matanza por el mero gusto de
hacerlo.
Ya habíamos extinguido unas
cuantas especies. ¡Que más daba otra más! Y así continuamente cazando y
destruyendo la naturaleza. Algún día ella se tomará justa venganza con
nosotros, haciendo que nos aniquilemos. Porque la naturaleza es sabia y se
puede reponer a si misma. Además, tal vez le gusten nuestros colmillos a algún
otro depredador codicioso.
©M. D. Álvarez
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