El serenatero
gustaba de enseñar equilibrios a las cabras. Los pobres animales se destornillaban,
muertas de risa, viéndole hacer equilibrios. Y sobre todo si llevaba encima unas cuantas copas de más.
Era digno de ver
dando traspiés y manteniéndose en pie a
duras penas. Pero lo curioso del caso es que no dio con sus huesos en el suelo
en ningún momento a pesar de su ingesta
de alcohol
Fijaos si estaba
borracho que a las pobres cabras las confundía con sus compadres de serenata ¡qué
vaya usted a saber dónde los había perdido!
©M. D. Álvarez
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