El tiempo más oscuro está por llegar, fue lo último que le dijo su abuelo antes de fallecer, y de eso habían pasado diez años. Ahora, a mis dieciocho años, comprendo su preocupación por su único nieto. Él lo acogió cuando sus padres murieron en un accidente; solo estuvo con él dos años y le tomó mucho cariño.
Decía que era la viva imagen de su hija; había heredado sus ojos de un azul tan puro que, cada vez que lo miraba, el sol parecía brillar más, aunque el día estuviera oscuro. Cuando su abuelo murió, fue de casa en acogida en casa de acogida. Su vida transcurrió entre peleas y palizas.
Él había nacido diferente; era un licántropo, pero no lo supo hasta que llegó a la adolescencia.
Su primera transformación fue aterradora; notó cómo en su interior algo lo estaba destrozando para salir. Por la mañana, se despertó en el parque, todo manchado de sangre y con un sabor a hierro en la boca.
Tuvo suerte y nadie lo vio volver a la última casa de acogida. Se duchó y se vistió. Los periódicos daban noticias sensacionalistas y abrían sus portadas con una aterradora noticia: "Un monstruo anda suelto".
Se asustó quien había sido la víctima; su abuelo le inculcó unos valores nobles y profundamente piadosos. Ahora le darían caza como a un animal.
Ojeó el periódico y leyó que el parque zoológico había sido atacado por un monstruo que había descuartizado a un oso grizzly y a dos osos polares, para luego devorarlos. Aún así sentia un gran respeto por todas las vidas tanto las humanas como las animales.
M. D. Álvarez
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