La noticia corría como la pólvora: nos estaban invadiendo a marchas forzadas, y ya nos lo habían advertido. Los libros de los antiguos sabios contaban las batallas entre dioses; de tal potencia eran sus enfrentamientos que a cada combate le seguían varios eones de desolación.
De su carácter hierático se desprendía que, a cada conclusión, el vencedor era consagrado rey del cosmos. Los ejércitos del vencedor sometían a los vencidos y a sus devotos. Habían derrotado nuestras defensas y entraban a raudales y a borbotones por las grietas sufridas en nuestros muros.
Aunque nuestra defensa la vendimos cara, luchamos hasta el último de los nuestros; hicimos honor a nuestra naturaleza beligerante. Os preguntaréis por qué a nosotros, los seres más beligerantes; pues precisamente por eso, por nuestro carácter luchador e incansable.
Los invasores nos temían por nuestra ferocidad. Nuestro creador, una deidad beligerante, el gran Arhakan, nos hizo aguerridos y bravos. Luchábamos hasta la muerte; incluso nuestras mujeres, hábiles guerreras, ofrecían su sangre en honor a nuestra deidad.
M. D. Álvarez
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