Cuando el alcalde se acercó al
desfiladero vi todo muy claro. Los habían cercado en aquella madriguera, para
acabar con ellos a cañonazos.
Y parecía que les había salido
bien en anteriores ocasiones, pues el suelo estaba plagado de restos de pobres
incautos que también se habían negado a pagar por un servicio que no habían
recibido.
Pero esta vez se encontraron con
una valerosa defensa: era Numantina que no se rindió ni ante la muerte. No
quedó nadie para llorar las muertes. Ni de unos ni de otros.
© M. D. Álvarez
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