Relatos

lunes, 22 de diciembre de 2025

La luz del nuevo tiempo.

Aquellos majestuosos picos encerraban un gran misterio; en su base se alojaba un ser milenario que era el responsable de reiniciar el nuevo universo. Cada trillón de años, era despertado por los dolores convulsos de su amada. 

Él debía preparar el nuevo orden, haciendo desaparecer el antiguo de un plumazo. Desintegraba cosmos y universos adyacentes para dejar tan solo una vasta oscuridad, iluminada únicamente por su amada y un pequeño lecho de un hermoso pastor azul. 

Él volvía tras preparar el camino para la nueva criatura que su amada diosa llevaba gestando desde que yació con él, en el albor de la creación extinta. Los dolores eran atroces, pero él la colmaba de atenciones y mimos. 

Cuando tuvo a su vástago en sus grandes y fuertes brazos, lo alzó, presentándolo a la oscuridad. El pequeño comenzó a desprender una luz suave que fue incrementándose. 

Su padre lo entregó a su amorosa madre, que lo amamantó, pues el pequeño debía crecer rápido y fuerte, dando comienzo al nuevo tiempo.

M. D. Álvarez 

domingo, 21 de diciembre de 2025

Atisbo de cordura.

Increíble pero cierto, su primera transformación después de ser atacado por aquel espantoso hombre lobo fue verdaderamente aterradora y oscura. 

Sintió cómo todos sus huesos se rompían y su piel se desgarraba para dejar salir a un espeluznante hombre lobo, y todo ello en presencia de su pareja, que asistía aterrada a la transformación de su novio. Antes de completar su transformación, tuvo la cordura de encadenarse a la viga más recia del sótano. Cuando su transformación concluyó, de su naturaleza humana solo quedaban sus enigmáticos ojos azules.

Ella lo observaba entre aterrada y sorprendida; las heridas que recibió de aquel dantesco licántropo podían haberle costado la vida; sin embargo, cicatrizaron en dos días. A la mañana siguiente, ella se despertó en el sótano frente a su novio, que la observaba entre sorprendido y alterado.

—¿Por qué estoy encadenado? —preguntó con impaciencia.  

—¿No recuerdas nada de lo que pasó ayer por la noche? —preguntó ella, recobrando la determinación..

—No, ¿te ataqué?, preguntó él con cara de circunstancia.  

—No, mi vida, tú no me atacaste, dijo ella, quitándole las cadenas.  

—Y entonces, dijo él, frotándose las muñecas:  

—¿Recuerdas lo que te sucedió hace un mes?, preguntó ella.  

—¿Te refieres al día en que aquella criatura casi me mata?, dijo él, recordando con estupor.  

—Sí, esa misma. Al parecer, cuando lo derrotaste, después de que te atacara, su sangre entró en tu torrente sanguíneo y te ha transformado en un ser híbrido entre hombre y lobo. Pero tuviste la cordura suficiente como para encadenarte a la biga más recia del sótano. Tu esencia humana comprendió que, si no podías controlarte, por lo menos evitarías hacer daño —dijo ella, besándolo con suavidad..

M. D. Álvarez 

sábado, 20 de diciembre de 2025

La familia del licántropo.

Los cazadores se vanagloriaban de haber cazado un hermoso ejemplar de licántropo. Su férrea musculatura estaba tensa, y su mirada salvaje e indomable estaba fija en su lobera. Si descubrían a su hembra y cachorros, los matarían. 

A los cazadores solo les interesaba un macho grande y fuerte para sus salvajes entretenimientos; lo obligarían a pelear con otras fieras para su disfrute. Uno de aquellos cazadores se percató de su mirada y se encaminó hacia la entrada de la lobera. 

Eso lo enfureció, haciendo que los grilletes se tensaran sobre su piel. Hasta saltar y sorprender a los cazadores, el licántropo atrapó al cazador que estaba a punto de entrar en la lobera, despedazándolo. 

Después, dirigió su furia hacia los otros dos cazadores, que estaban sorprendidos por la fortaleza de aquel licántropo y no hacían más que cargar sus armas. El fiero hombre lobo cogió el fusil de uno de los cazadores y lo utilizó como porra, destrozando a porrazos a los cazadores. 

Cuando ya no hubo peligro, arrojó el fusil y se encaminó a la entrada de la lobera. Con un leve gruñido, llamó a su hembra y cachorros. Ella, al ver los rasguños sobre la piel desgarrada por el esfuerzo, lo lamió tiernamente con delicadeza. Él permanecía inclinado con la oreja sobre el vientre de ella; ahí estaba el latido fuerte de otro cachorro por nacer. 

Se alzó y lamió dulcemente el rostro de su adorada. De pronto, sus tres pequeños salieron correteando alrededor de su padre. Ella pareció sonreír; sabía que tenían que dejar aquellas colinas y buscar otro territorio antes de que naciera su cuarta bestezuela.

M. D. Álvarez 

viernes, 19 de diciembre de 2025

Vidas entrelazadas.

—Magullado, pero aquí sigo, lo oyó decir por el interfono. Era su última esperanza y lo sabía; por eso, la noche anterior le dio un motivo para volver. Habían dormido juntos y le susurró al oído dos palabras:  

—Estoy embarazada —dijo con aquella preciosa sonrisa. Ella lo era todo para él y debía cuidar de ella y de la futura vida que se estaba gestando en su vientre.  

Debía arreglar la entrada de aire si quería que siguieran vivos. Lo que no contaban era que, en el exterior, él sufriría un accidente; aún así, logró arreglar los desperfectos en el sistema autónomo de oxígeno. Ella supo que él regresaría cuando el cuadro de mandos comenzó a encenderse y todas las luces estaban en verde.  

—Tu padre volverá pronto —dijo ella, tocándose el vientre con ternura.

Al día siguiente, en la esclusa de admisión, se encontraba él con su sonrisa afable y con un brazo en cabestrillo. En su brazo sano portaba una caja de madera con hermosas florituras. 

Él avanzó con cautela, cada paso resonando en el silencio tenso del entorno. La caja de madera brillaba con la luz tenue de la esclusa, y su corazón latía con fuerza. Cuando llegó a su lado, sus ojos se encontraron, y en ese instante, el mundo exterior se desvaneció.

—¿Qué traes ahí? —preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y ansiedad.

—Un regalo —respondió él, sonriendo a pesar del dolor que sentía en su brazo. Con delicadeza, abrió la caja para revelar un pequeño par de zapatos de bebé, tejidos a mano con hilos de colores suaves. —Quería que supieras que estamos juntos en esto. Siempre.

Ella se llevó las manos al corazón, sintiendo cómo la emoción la embargaba. Las lágrimas comenzaron a asomarse en sus ojos mientras tomaba los zapatos entre sus manos.

—Son hermosos... —susurró, sintiendo el peso de la promesa que representaban. 

Él asintió, sintiendo que cada palabra que intercambiaban era un pacto silencioso entre ellos y el futuro que estaban construyendo. A pesar del accidente y las dificultades que enfrentaban, su amor era un refugio.

—Vamos a salir de esto juntos —dijo él, tomando su mano con suavidad. —Te prometo que haré lo necesario para protegerte a ti y a nuestro hijo.

Ella apretó su mano, sintiendo una oleada de esperanza y determinación. Sabían que el camino sería difícil, pero juntos podían enfrentar cualquier tormenta. Miraron hacia el horizonte, donde la luz comenzaba a filtrarse a través de las rendijas del refugio, simbolizando un nuevo comienzo.

M. D. Álvarez 

jueves, 18 de diciembre de 2025

Deseo prohibido.

El mero contacto físico estaba prohibido; todavía no sabía cómo podía controlar sus apetitos, y tenía muchos. Cada vez que la veía, sus instintos más primarios se disparaban y solo podía desquitarse con el saco. Ella sabía la presión a la que él estaba sometido; si tan solo pudiera acariciar su piel marfilea, lograría desestresarlo y si había suerte lograría besarlo de una forma tan dulce y apetitosa.

La tensión en el aire era palpable, como si el entorno mismo supiera de sus deseos ocultos. Él se esforzaba por mantener la compostura, pero cada vez que ella se acercaba, su corazón latía con fuerza, como un tambor que marcaba el compás de sus pensamientos desbordados. La miraba de reojo, imaginando cómo sería sentir su piel suave contra la suya. 

Ella, por su parte, notaba la lucha interna que él enfrentaba. Su mirada intensa y la forma en que apretaba los puños al golpear el saco hablaban de un deseo reprimido que casi podía tocarse. Decidida a romper la barrera que los separaba, dio un paso hacia él, con su voz suave como un susurro: "¿Qué pasaría si te dejases llevar por un momento?"

Él tragó saliva, sintiendo que cada palabra era una invitación a cruzar esa línea prohibida. "No puedo... no debemos", respondió con un hilo de voz, aunque sus ojos traicionaban su verdadero anhelo. 

"¿Y si solo fuera un instante?", sugirió ella, acercándose aún más. El espacio entre ellos se encogió y el mundo exterior se desvaneció. En ese momento, todo lo que existía era el deseo palpable y la posibilidad de rendirse ante él.

M. D. Álvarez 

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Tronador y Esperanza

Con aquel quad de última generación, recorría las agrestes pistas entre las floresta. Su pericia en el manejo de aquel vehículo y su conocimiento del terreno lo hacían idóneo para buscar un conjunto de yacimientos arqueológicos donde, según se cuenta, todo aquel que lo encuentra halla su más íntimo deseo. Y él solo quería volver a verla una vez más. 

Sobre aquella loma parecían asomarse, como pequeños islotes, pedruscos destrozados que antaño pudieron ser esculpidos por recias manos. Se dirigió hacia allí y se detuvo frente a lo que parecía un muro semiderruido con glifos grabados en su lengua primigenia, que decía:""Μόνο οι γενναίοι θα περάσουν". Parecía un muro, pero eran trozos de las grandes puertas que daban acceso a un conjunto de ruinas cíclopeas. 

Se internó entre los cascotes hasta una zona libre de rocas; era una especie de suelo elevado cubierto de polvo de milenios pasados. Pero justo en el centro de aquella superficie vio algo familiar. Limpió la superficie y descubrió su nombre griego y, a su lado, el de su adorada. Los dos estaban entrelazados por florituras doradas.

Bajo sus áureos nombres aparecía un conjuro de apertura.
Μόνο κεραυνός θα περάσει και θα διεκδικήσει αυτό που δικαιωματικά του ανήκει. Στον γιο του Άρχοντα των Θάντερ δεν θα απαγορεύεται η είσοδος

Recitó el conjuro de apertura y las ruinas comenzaron a moverse. Primero levemente; según pasaba el tiempo, las rocas se movían hacia atrás, como si retrocedieran en el tiempo, hasta dejar las ruinas como recién construidas. Ante él se alzaba un majestuoso templo, presidido por una efigie del dios del trueno que parecía mirarlo con amor y ternura. De su magno rostro salieron estas palabras:  

—"No temas nada, hijo mío, tú eres de mi sangre y nada se te ha de negar.  —¿Qué deseas, mi bienamado?", preguntó el gran Tonante con atronadora pero dulce voz.  

—"Deseo tener de vuelta a mi madre, Esperanza"—, refirió con timidez. No podía dar crédito a las dulces palabras de su madre cuando le dijo que era hijo del Señor del rayo.

—"Sea, pues, te será devuelta al punto. —Rugió, al dios del inframundo, que presuroso se presentó con la dulce Esperanza.

—"¡Ete aquí tu amada, valeroso hijo del Trueno!",— dijo con temor su tío. Conocía los accesos de ira de su poderoso sobrino y no quería enojarlo. Si jugaba bien sus cartas, su valeroso y joven sobrino le debería una. Además, sabía que ella era capaz de calmar esos ataques de ira incontrolada. Ella lo vio arrodillado y sumido en sus cavilaciones, y lo llamó por el nombre que ella le había dado:

—"Mi amado, Ze'ev, ¿por qué te postras? Tú, para mí, eres mi amado. Sin tu fuerza y poder, no estaría de nuevo ante ti, mi dulce amor", y corrió a abrazarle.  

—"Mi querida Esperanza, eres mi luz y mi ser; sin ti, estaba perdido en las tinieblas", refirió él con comedido entusiasmo. No se fiaba de su artero tío.  Lo miró con furia contenida y le espetó: "—¿Por qué la arrancaste de mi lado, querido tío, para después devolvérmela? ¿Qué motivos tenías para llevártela antes de tiempo?"

—"Déjalo estar, mi dulce Ze'ev. ¿No ves que teme tu furor y seguramente estará muy arrepentido?" —dijo la hermosa Esperanza, abrazada a su amado protector.

Su divino padre fulminó con la mirada a su hermano, que puso pies en polvorosa en dirección a su reino.  

—"Ruego perdones a tu tío; está un poco solo después de que la bella Perséfone lo abandonara por un mancebo más joven", respondió la efigie del gran Tonante.

—"Lo haré, mi señor," dijo él, observando la belleza lozana de su preciosa compañera.

La gran efigie desapareció, al igual que el ciclópeo templo, que quedó reducido a los escombros que él descubrió sobre aquella loma; más ella seguía a su lado, colmándolo de besos.

Terminos en griego. : 

"Μόνο οι γενναίοι θα περάσουν" Solo los valientes pasarán 

"Βροντή και Ελπίδα": Tronador y Esperanza 

Μόνο κεραυνός θα περάσει και θα διεκδικήσει αυτό που δικαιωματικά του ανήκει. Στον γιο του Άρχοντα των Θάντερ δεν θα απαγορεύεται η είσοδος".  Sólo el tronador pasará y reclamará lo que por derecho le pertenece. Al hijo del Señor del Trueno no se le negará la entrada..

M. D.  Álvarez 

martes, 16 de diciembre de 2025

Controlándose.

Como desde los noventa, pienso en aquellas clases de control de la ira. Estaba más calmado y paciente con sus amigos. Las noches de juerga eran más sosegadas; había aprendido a controlar sus impulsos. 

Solo ella lograba ponerlo nervioso: su forma de mirarlo y de arremolinar su cabello lo excitaban. Hasta aquella noche, que ella lo retuvo, susurrándole lo que le iba a hacer esa noche. 

Suspiró; profundamente la deseaba desde hacía tiempo. Esa noche, ella lo amaría con cuidado, y sabía que debía tratarlo con dulzura si no quería que perdiera los nervios. Sería una noche memorable si lograba controlarse; ella lo ayudaría con calma.

M. D.  Álvarez 

lunes, 15 de diciembre de 2025

Entre dos mundos.

Debía cogerla al vuelo y, después, tenía que aumentar su tamaño y agarrarse a la pared con una mano, mientras que con la otra la sujetaba con mimo y cuidado. Se lanzó al abismo sin pensárselo dos veces, cuadruplicó su envergadura y la cogió al vuelo. Se agarró a la pared de roca con su férrea garra y, con sus fuertes piernas de portentosos saltos, y utilizando su brazo libre, logró salir del abismo, colocándola con cuidado sobre la hierba fresca. Luego, volvió a su tamaño, encerrando a su bestia. Se recostó a su lado; ella lo observó con una mezcla de admiración y tristeza. Cada vez que él cambiaba de naturaleza, perdía algo de humanidad. 

—No debiste exponerte; cada vez que te transformas, pierdes algoque te hace hermoso para mi, dijo ella con tristeza.

—No podía perderte a ti; tú eres lo que me hace ser humano —respondió él, terminando de ocultar su naturaleza salvaje bajo su piel morena.

Dolorido por el esfuerzo, se acurrucó a su lado, sintiendo su calor reconfortante. Se quedó dormido como un bebé. Ella lo observó dormir; había una belleza intrínseca en su dualidad. Lo amaba y jamás dejaría que lo dañaran.

M. D. Álvarez 

domingo, 14 de diciembre de 2025

Ecos de una amistad.

No soportaba verla llena de cardenales; por mucho que ella tratara de cubrirse los moretones y de disculparlo, no tenía ningún derecho a pegarle.

Si se lo encontrara un día en un callejón oscuro, le haría probar su propia medicina. Ella era su mejor amiga y siempre había cuidado de él, así que le debía hacer lo mismo.

—Sabes que no está bien lo que te hace —le dijo suavemente.

—Lo sé, pero después se arrepiente y me jura y perjura que no lo volverá a hacer.

—Sí, pero... —quiso contestar, pero no lo hizo; la mirada de tristeza lo decía todo.

—¿Quieres quedarte conmigo esta noche? —preguntó él con un tono conciliador.

—No te importa. No quiero ponerte en un aprieto —respondió ella.

—¿Aprieto con quién? No le tengo miedo. Respondió él. Si lo cojo por ahí afuera, lo estampo, pensó para sí.

Él durmió en el sofá y le dejó a ella su dormitorio. A la mañana siguiente el le había preparado un delicioso desayuno. 

A la mañana siguiente, el sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Ella se despertó con el aroma del café recién hecho y el sonido de los utensilios chocando en la cocina. Se levantó despacio, sintiendo un ligero dolor en sus costillas, pero ignorándolo. Al salir al salón, vio a su amigo en la cocina, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Buenos días, chef —dijo ella, tratando de imitar un tono ligero.

Él se giró y le sonrió. 

—Espero que tengas hambre, porque he preparado tostadas francesas y frutas. ¡Es tu favorito!

Ella se sentó a la mesa, disfrutando del desayuno que él había preparado con tanto esmero. Mientras comían, él la miraba con preocupación.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, con una seriedad que contrastaba con el ambiente alegre del desayuno.

Ella bajó la mirada, jugando nerviosamente con su tenedor. 

—No lo sé... A veces siento que estoy atrapada. Él siempre jura que cambiará, pero las cosas nunca mejoran.

Él tomó un sorbo de su café antes de responder.

—No tienes que seguir así. Tienes opciones. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. No estás sola en esto.

Ella sintió un nudo en la garganta. La calidez de su oferta era reconfortante, pero también aterradora. ¿Y si eso significaba dejar atrás todo lo que conocía? ¿Y si él no podía protegerla?

—Gracias... realmente aprecio lo que estás haciendo por mí —dijo ella finalmente.

Después del desayuno, él decidió llevarla a dar un paseo por el parque cercano para despejarse un poco. Mientras caminaban entre los árboles y las risas de los niños jugando, ella empezó a sentirse más ligera. Pero al mismo tiempo, una sombra se cernía sobre su mente: ¿qué pasaría cuando regresaran a casa?

De repente, su teléfono vibró en el bolsillo y su corazón se detuvo al ver el nombre en la pantalla. Era él.

—¿Lo vas a contestar? —preguntó él, notando su expresión.

—No... No quiero —respondió ella con firmeza, aunque su mano temblaba al sostener el teléfono.

—Si quieres hablar con él o necesitas ayuda para enfrentar esto... estoy aquí —insistió él.

Ella miró a su amigo a los ojos y vio la sinceridad en su mirada. Era un refugio seguro en medio del caos.

—Tal vez... tal vez sea hora de hacer algo al respecto —dijo finalmente, tomando una decisión que había estado evitando durante demasiado tiempo.

M. D. Álvarez 

sábado, 13 de diciembre de 2025

Aterrizaje por amor.

Su pericia era tal que podía aterrizar aquel jumbo en una escueta pista de tenis; tal era su atrevimiento que nadie podía creerse que era el mejor piloto del mundo. Le corría urgencia, así que lo posó dulcemente sobre aquella pista de tenis. Llegaba tarde y, si lo hacía, ella no se lo perdonaría en décadas. Si no estaba en el paritorio con ella cuando diera a luz a su primer hijo, se los cortaría.

Tuvo el tiempo justo de hacerse con el ramo más precioso de la floristería. Interfiera llegó cuando la estaban trasladando al paritorio.

—Ya estoy aquí, mi amor, como te prometí.

Ella había visto por la televisión la noticia de un aterrizaje de un gran jumbo en una de las pistas de tenis; cosa alto difícil, sino imposible, dijo la reportera.

—¿Has sido tú? —preguntó ella.

—Sí. Si lo tengo que aterrizar en el aeropuerto, no hubiera llegado —respondió él.

—Eres único, mi vida; solo tú podrías haberlo hecho y sin ningún herido —refirió ella con una sonrisa que no albergaba ninguna malicia..

—No puede pasar, dijo la enfermera con voz tajante. El pequeño era muy grande; tenían que sacarlo con cesárea. Al cabo de una hora, la comadrona le invitó a ver a su pequeño en la sección de neonatología. En cuanto lo vio, supo que aquel chiquitín era su pequeño; tenía el pelo más negro de todos y sus ojos eran como los suyos. Lo miraba como si lo reconociera. 

–Puedes pasar a la habitación; enseguida la suben.dijo la ATS.

M. D. Álvarez 

viernes, 12 de diciembre de 2025

Novio oficial.

A pesar de sus graves heridas, la transportó con sumo cuidado, pues llevaba a su hijo en su vientre. Ella permanecía durmiendo; él la depositó con sumo cuidado sobre el cheslong y la cubrió con una gruesa manta. Estaba helada de frío. 

El accidente había sido horrible, pero él la protegió con su cuerpo y los golpes fueron brutales: varias costillas rotas y contusiones múltiples. De todas formas, ella era más importante que él; su alcurnia la hacía merecedora de uno de los mayores cargos de gobierno. 

Él tan solo era su guardaespaldas y novio oficial; acababa de anunciarlo a los cuatro vientos: estaba embarazada de él, su guardaespaldas y novio.

Tomó el móvil y pidió una ambulancia. Ella seguía dormida y no era normal.

Llegaron en diez minutos. La transportaron al Hospital de St. Mary's. Él se subió con ella; no dijo ni mu, pues ella era lo importante para él. Cuando estuviera a salvo, ya se ocuparía de sus lesiones.

Al salir de valorarla, le dijeron que el bebé estaba bien y ella también; solo necesitaba descansar. Podía pasar a verla. Entró y se sentó a su lado. Ella puso su mano sobre su pecho y percibió su dolor. 

—¿Estás bien? —preguntó suavemente. 

—Tranquila, me pondré bien —dijo él, besándola con ternura.

M. D. Álvarez 

jueves, 11 de diciembre de 2025

El dolor de un alma oscura.

Tengo un alma oscura que pugna por salir; si saliera, destruiría todo lo que amo en esta vida. Los que han logrado atisbar la profundidad de mi alma oscura no están aquí para contarlo, sino para contener mi furia maldita. 

Esta furia se fue fraguando en mi niñez, cuando un desaprensivo abusó de mi inocencia. Yo era tan solo una chiquilla asustada y sola, mientras aquel monstruo abusaba de mí. 

Mi alma, antes inocente, pasó a ser sombría y furiosa, con una sed de venganza irreconocible. Por suerte para mí, llegaron mis musas a recoger mi maltrecho cuerpo y calmar mis heridas. 

Con sus delicados dedos tocaron mi aterradora alma, logrando sacar de nuevo la inocencia que aún quedaba en mi interior.

M. D. Álvarez 

miércoles, 10 de diciembre de 2025

La tormenta y el monstruo.

Por el horizonte se aproximaban unos dantescos nubarrones negros y, con muy mala pinta, debía finalizar los trabajos que todavía le quedaban por realizar en la granja. Había recogido el heno, cogido las gallinas con su territorial gallo, metido el ganado en el recio establo y lo cerró para que sus animales no se escaparan. Se subió en su recio caballo de tiro y se encaminó al trote hacia su cabaña, donde su preciosa esposa lo esperaba para cenar. 

Los nubarrones iban en aumento; comenzaba a diluviar cuando llegó a su cabaña. Metió su caballo en la cuadra y la cerró, dirigiéndose a la entrada de la cabaña. Se descalzó y dejó las botas bajo el porche. Entró y la vio tan adorable, con su vestido beige y su delantal de un blanco inmaculado, que no se atrevió a abrazarla. Venía calado hasta los huesos. 

—"Tienes un baño caliente y ropa seca en el dormitorio, mi vida" —dijo al verlo empapado.

Él la amaba con verdadera devoción; ella cuidaba de él con tal dedicación que, con solo mirarle a los ojos, sabía si ocurría algo.  

—“Ocurre algo”, —dijo, viendo el rostro de circunstancia.  

—“Creo que la tormenta que se avecina será aterradora y dantesca”, —respondió él, dirigiéndose al dormitorio donde la bañera humeaba. Se desnudó y se metió en el agua caliente, destensando su férrea musculatura.  

—“Cielo, ¿corremos peligro?”, —preguntó ella desde la cocina. 

—"No lo creo. Utilicé los robles más fuertes y resistentes de la región para crear unos cimientos firmes. No hay tormenta ni huracán que pueda mover un ápice esta cabaña —respondió él, saliendo de la bañera. Cogió la toalla y se secó, vistiéndose seguidamente.

Se sentaron a cenar y estalló sobre ellos un atronador trueno, seguido de un torrencial aguacero. Ella lo miró con preocupación, pero al ver que él seguía cenando sin inmutarse, dejó de temer a la tormenta.

Después de cenar, él se quedó leyendo una primera edición de *La divina belleza de las matemáticas*, de Gary B. Meisner.

—"No tardes mucho, mi amor "—dijo, besándolo con ternura.

Hacia las doce de la noche, dejó el libro y se fue a dormir. Acostado a su lado, observaba la gracia y belleza de su esposa: su cabello ensortijado, sus deliciosas pecas... era perfecto. Colocó un mechón de pelo que le caía sobre su maravilloso rostro con delicadeza y se durmió. 

Se levantó a las 4 de la mañana; debía ordeñar a las vacas. La tormenta había pasado, se vistió y salió. El ambiente estaba cargado de humedad. Se calzó y cogió su caballo; se encaminó al granero, que distaba tres kilómetros. En cuanto llegó, se dio cuenta de que algo iba mal: la puerta estaba descerrajada. Dentro, los aterradores mújidos de sus tres vacas lo alertaron. Se dirigió al granero y cogió una de las orcas. Lo presenciado por él lo asustó, pero no lo arredró; debía enfrentarse a aquella criatura, que era una mezcla de un ser informe con apariencia aterradora y un reptil con una férrea cola.

Se volvió al notar su presencia y, sin mediar aviso, se abalanzó sobre él, que lo ensartó con la orca. El ser, al verse herido, quiso huir, pero no sabía con quién se las estaba viendo. Lo ensartó tan brutalmente que lo clavó en la pared del establo.. Comprobó que aquello estaba muerto y fue a ver a sus tres vacas una de ellas la que estaba preñada habia sido  destripada el feto devorado por completo la vaca aun estaba viva y no tenia remedio saco su cuchillo y lo hundió de un fuerte golpe en el cranea de la noble vaca que lo.miraba suplicsnte.

—"Lo siento, Vecky, pero he cazado al que te hizo esto", dijo a la oreja de la agonizante Vecky. 

La cubrió con una lona y sacó al resto del ganado a que pastara. Con una pala hizo una zanja al lado de un gran manzano donde solía darle dulces manzanas a Vecky. Cargó con los 300 kilos de carne y la enterró junto al árbol.

Cuando hubo terminado, se dirigió al establo y desclavó al extraño ser, envolviéndolo en unos plásticos. Lo cargó sobre el hombro y se subió al caballo. Se dirigió a la cabaña; ella se sorprendió al verlo llegar.  

—"¿Qué ha ocurrido?" —preguntó temerosa al ver el rostro de él bañado en sangre.  

—"Ha matado a Vecky" —dijo, arrojando al aterrador ser a tierra.  

—"Mi dulce Vecky" —sollozó ella.

M. D. Álvarez 

martes, 9 de diciembre de 2025

El consentido.

Le habían consentido todo, pero aquel día luchó por sí solo, sin ayuda de ningún tipo, tan solo con sus puños y su destreza. Los contrarios lo vieron y se rieron en su cara; eso le hizo esforzarse al máximo. A pesar de las armas que portaban sus contrincantes, no se arredró; es más, sintió un acicate que lo hizo luchar con mayor bravura. 

El primero de los que se abalanzó sobre él recibió un gancho al hígado. Los siguientes fueron recibidos con una lluvia de golpes de tal fuerza y velocidad que ni los vieron venir. A pesar de todo, lograron herirlo en un costado. Todo aquello era visto con fuertes muestras de entusiasmo por parte de sus compañeros. Todavía faltaba un agresivo contrincante; ya sabía cómo noquearlo. De un atlético salto impactó su rodilla en la mandíbula, rompiéndosela en tres partes.

Se acercó a la zona de enfermería para que le echaran un vistazo a su costado. Ella lo miró con detenimiento y le dijo: —"Sabes que, a pesar de todo este esfuerzo, seguirán pensando que eres mi consentido.". 

—"Lo sé, pero también se pensarán muy mucho en hacerme enfadar" —dijo él con dulzura.  

Ella cogió su herida y la cubrió con un apósito, y a la vista de todos, tanto sus amigos como sus contrincantes, le besó con tal pasión que redobló sus energías para los siguientes combates.

Continuará...

M. D.  Álvarez 

lunes, 8 de diciembre de 2025

Nuevos comienzos

Adoraba ponerse a prueba en la piscina olímpica. Todos los días, se hacía doscientos largos en un tiempo récord y salía de un salto frente a ella, empapándola con un abrazo de oso. Ella trataba de zafarse sin resistirse mucho; adoraba a su compañero y, después de lo que él había pasado, le gustaba verlo feliz.

Era hora de pasar página y dejar partir a los amigos caídos en el océano. Si hubiera sido más rápido, quizás no los habría perdido. Ella detectó un aire de tristeza en su mirada..

—¿Qué ocurre? —preguntó ella, comprendiendo la sombra de su mirada.

—Nada, he tenido un recuerdo de ella el último día, cuando todo se hundía a nuestro alrededor. Me dijo que, si no salía de allí, debía seguir con mi vida y conocer a una bella joven que me quisiera; ella no quería que me torturara. Ahora, al verte, he comprendido que ella te puso en mi camino por un motivo —dijo él, con la mirada perdida en el infinito.

—¿Y qué motivo es ese? —preguntó ella, sabiendo de antemano la respuesta.

—Deseaba que fueras feliz, y contigo lo soy —dijo, acercándose y envolviéndola con otro gran abrazo de oso.

M. D. Álvarez

domingo, 7 de diciembre de 2025

Entre sombras y luz.

Tenía un come come en su interior que lo torturaba con cada paso que daba hacia ella. Aquella voz no cesaba de advertirle que era peligrosa; aun así, seguía acercándose cada vez más. Tan solo se detuvo al ver su cara de desesperación.

—"No sigas avanzando, te lo pido" —dijo ella entre sollozos—. "No quiero hacerte daño".

—"Mi vida, tú eres lo que yo más necesito" —respondió él, cada vez más cerca.

Comenzó sintiendo un terrible dolor en su pecho, pero no se detuvo; ella era todo en su vida y, si tenía que morir por sus manos, que así fuera. Alargó su brazo para coger su nívea mano.

—"Coge mi mano, tranquila, no te soltaré" —dijo él, viendo la cara de preocupación.

Ella alargó su brazo y tomó su mano. Sintió un ramalazo de dolor; sabía que si ella sentía ese dolor, él sentía muchísimo más. Tenía el brazo roto por varios sitios, pero tuvo las fuerzas suficientes para alzarla de aquel abismo de oscuridad. Ella era una criatura de la noche y estaba hambrienta; temía que si la sacaba, lo atacaría y quiso huir, pero él conocía su debilidad y la retuvo junto a su pecho.

Le ofreció su muñeca para que lo mordiera y salvara su vida. Ella conocía su sensibilidad y se negó a alimentarse. 

—"No te inquietes, mi amor, seguiré siendo el mismo", —la calmó con dulces palabras. 

—"Pero perderás tu inocencia y el calor con el que calientas mi lecho", —repuso ella. Algo se movía en las sombras: un pequeño conejo. Aquello valdría para mitigar su sed. 

Momentáneamente, el rubor cubrió sus mejillas. Aprovechó para sacar a su amado y transportarlo con cuidado a un gran caserón. Lo dejó sobre la cama y salió. El rubor no duraría mucho más; necesitaba cazar una presa de buen tamaño y saciar su sed de sangre para una buena temporada. Localizó un recio garañón al que atrajo y desangró con deleite. Una vez saciada, volvió con su compañero, el cual tenía varios huesos rotos. Ella colocó cada hueso en su sitio y se tendió junto a él. 

El calor que emanaba de él la reconfortaba; sabía que sin su amor ella no lograría seguir adelante. Su sensibilidad para vislumbrar algo de luz en su corazón la abrumaba. ¿Cómo era posible que un simple ser humano la salvara de caer en aquel abismo de fría oscuridad?.

El silencio en la habitación era profundo, interrumpido solo por el suave susurro de su respiración. Ella se acurrucó junto a él, sintiendo el latido de su corazón, aún fuerte a pesar de las heridas. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente casi mágico, pero también cargado de tensión. 

Mientras ella lo observaba, el dolor se transformó en una mezcla de gratitud y temor. Sabía que su amor por él era lo que la mantenía atada a la humanidad, pero también era la fuente de su desesperación

Él, con su mirada profunda y llena de amor, parecía leer sus pensamientos. —"No tengas miedo", —dijo suavemente—. "No te dejaré caer en la oscuridad".

Ella cerró los ojos, dejando que sus palabras la envolvieran como un cálido abrigo. Pero mientras lo hacía, una sombra oscura se deslizó entre sus pensamientos, recordándole que cada instante que pasaban juntos era un riesgo. La criatura dentro de ella anhelaba más que solo sangre; deseaba el poder que venía con el miedo y la desesperación.

—"¿Y si un día no puedo controlarlo?", —susurró ella, abriendo los ojos para encontrarlo mirándola con dulzura.

—"Confía en mí", —respondió él con firmeza—. "Juntos encontraremos una manera de mantenerte a salvo".

Se sentó con dificultad, apoyándose en sus codos mientras miraba fijamente su rostro. —"¿Pero cómo? No quiero perderme a mí misma ni hacerte daño".

Él sonrió suavemente y acarició su mejilla con ternura. —"Eres más fuerte de lo que crees. Y yo estaré aquí para recordártelo".

Mientras sus manos se entrelazaban, ella sintió cómo una chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su interior. Tal vez había una salida a esta oscuridad; tal vez el amor podía ser un faro en medio del abismo.

Decidida, se levantó y miró por la ventana hacia el bosque oscuro que rodeaba el caserón. —"Necesito aprender a controlar esto", —dijo con determinación—. "No puedo seguir huyendo".

Él asintió, comprendiendo la gravedad de sus palabras. —"Entonces lo haremos juntos. Buscaré respuestas y tú aprenderás a dominar tus instintos".

M. D.Álvarez 

sábado, 6 de diciembre de 2025

Del pedernal más puro.

Su cuerpo era del pedernal más puro y su lucha continua por exhibirse lo convertía en un candidato idóneo para ella; necesitaba un compañero fuerte y decidido. Él tenía todos los requisitos para ser su partenaire; lo sabía, así como también conocía sus secretos más oscuros y sádicos. Por eso, eran tal para cual.

Ella era una joven decidida y oscura; su corazón danzaba entre la luz de él y sus tinieblas.

Él era un guerrero del sol cuyo único deseo era protegerla de aquella oscuridad que nacía de su interior, cosa que conseguía al lucirse contra sus adversarios. Ella intentaba controlar su oscuridad brindándole todos los caprichos que él necesitara, pero él solo deseaba complacerla y hacerla reír.

Sin embargo, a medida que pasaban los días, ella empezaba a darse cuenta de que no podía ocultar su oscuridad para siempre. Cada vez que él la hacía reír, una chispa de luz iluminaba su alma, pero también sentía que esa luz podría desvanecerse si se dejaba llevar por sus instintos más oscuros.

Una tarde, mientras caminaban juntos por un sendero cubierto de hojas doradas, ella sintió la necesidad de compartirle sus temores. Deteniéndose en seco, lo miró a los ojos.

—Hay algo que debes saber —dijo con voz temblorosa—. Mi oscuridad no es solo una parte de mí; es como un monstruo al acecho. A veces temo que no pueda controlarlo y que te haga daño.

Él frunció el ceño, acercándose un poco más, como si pudiera absorber su miedo con su presencia.

—No tienes que hacerlo sola —respondió con firmeza—. Estoy aquí para enfrentar cualquier sombra contigo. Tu oscuridad no me asusta; me asusta más la idea de perderte.

Ella sintió cómo las lágrimas amenazaban con brotar, pero se contuvo. La vulnerabilidad era un terreno peligroso, y nunca había dejado a nadie ver tan profundamente dentro de ella.

—¿Y si alguna vez te arrastro hacia mis sombras? —preguntó, su voz casi un susurro.

Él tomó su mano y la apretó suavemente, transmitiéndole una calma reconfortante.

—Entonces pelearé por ti —declaró—. Siempre. Porque sé que también hay luz en ti, y juntos podemos encontrar el equilibrio. 

M. D. Álvarez 

viernes, 5 de diciembre de 2025

Golok frente a navaja.

Debía espabilar si quería que aquellos gamberros no tocaran a su novia. Lo tenían sujeto entre dos, pero se deshizo de ellos fácilmente. Se dirigió con toda su furia mal contenida contra aquellos agresores. Ella se defendía con valor, pero al verlo aparecer, les dijo: "Os aconsejo que huyáis si queréis salvar la vida".

—Pero si solo es uno y nosotros somos cuatro —dijo él, más gallito, sacando una navaja de 15 centímetros.

—¿Y tú crees que él se va a arredrar con eso? —dijo la joven, soltando una carcajada.

En ese preciso instante, él desenvainó su machete golok y se plantó delante del gallito, que al ver el tamaño del machete y mirar su navaja, no mantuvo la compostura y salió huyendo junto con sus tres secuaces.

—Se ve que no tienen huevos —dijo él, grandote, hacia ella, que radiante lo observaba.

—Te invito a comer —dijo ella con dulzura.

M. D. Álvarez 

jueves, 4 de diciembre de 2025

El quarterback.

En aquel cochambroso vestuario tuvo su primer encuentro con ella. El equipo de rugby se duchaba y vestía sin vergüenza, hasta que aquella jovencita se coló sin darse cuenta de dónde se metía. Por suerte para ella, los recios jugadores tenían toallas para cubrirse y soltar improperios.

—Perdón, perdón —dijo, toda azorada, y, dándose la vuelta, preguntó—: Estoy buscando a Félix Hadler.

Al oír su nombre, sus compañeros prorrumpieron en risotadas y lo llamaron. Estaba acabando de ducharse; salió envuelto en una toalla. Al verla y observar las caras de cachondeo de sus amigos, se disculpó por los improperios y piropos obscenos de estos.

La acompañó fuera del vestuario hasta una de las salas VIP y le dijo que lo esperara ahí.

Él volvió al vestuario, donde sus amigos cuchicheaban y sonreían, haciendo gestos obscenos. Al oírlo entrar, disolvieron el corrillo y cada uno se fue a su taquilla. 

—"Ni una palabra o os vais a enterar de lo que es bueno", dijo él con un tono recio y feroz que no aceptaba discusiones.

Terminó de secarse y de vestirse, se quedó rezagado mientras sus compañeros se despedían.  

—Buenas noches, Félix. No trasnoches mucho, que mañana tenemos entrenamiento —le corearon al salir.  

Él soltó una sonora carcajada y les respondió:  —Ya me conocéis, a las 10:30 estoy en la cama.  

Cuando estuvo solo, se dirigió a la sala VIP donde ella lo esperaba, jugueteando con un mechón de su cabello.  

—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó, invitándole a tomar asiento.  

—Quería conocerte —refirió ella.  

—¿Quieres algo de beber? Conocerme a mí por algún motivo en especial —quiso saber él.  

—Un zumo de naranja estaría bien —refirió ella.

Él cogió un vaso y vertió el zumo de cuatro naranjas recién exprimidas. Se lo pasó, él se puso otro vaso y se sentó frente a ella.  

—Bueno, aquí estoy. ¿Qué te interesa de mí? —soltó a bocajarro.

Ella lo admiraba; era el mejor quarterback de los últimos tiempos.  

—Tengo entendido que eres el quarterback más joven y mejor valorado de todos los tiempos. ¿Cómo te hace sentir eso? —preguntó ella tímidamente.  

—De todos los tiempos —refirió él, visiblemente satisfecho—. Adoro la camaradería y los valores de este deporte hacen que me sienta íntegro —dijo con una amplia sonrisa.  

Aquello la confundió; siempre pensó que el rugby era un deporte de bárbaros. Él debió ver el desconcierto en su mirada y le dijo:  

—No, todo lo contrario. Es un deporte de caballeros. Mi equipo, al que has conocido hace un rato, podría considerarse rudo y brutal, pero te puedo asegurar que, fuera de aquí, son unos chicos increíbles.  

M. D. Álvarez

miércoles, 3 de diciembre de 2025

El aullido.

Había salido a cazar en una de las noches más frías de todo el invierno. Su parte licántropica pugnaba por salir; casi no le dio tiempo a entrar en el bosque y se desnudó, dejando paso a su transformación. 

Su denso pelo lo resguardaba del infernal clima del gran norte; el aire helado llenaba sus pulmones, vivificando sus músculos. Desde un risco, oteó el horizonte y olfateó el aire fresco, detectando aromas conocidos y extraños.. 

Uno de aquellos extraños olores lo atrajo a un claro del bosque, donde un portentoso ciervo de 14 puntas ramoneaba displicente; se creía a salvo por su gran cornamenta. Se aproximó sigilosamente y se puso en contra del viento. Avanzó suavemente hasta que estuvo a dos metros; entonces saltó sobre el aterrorizado ciervo, que intentó escapar, pero no pudo porque le asestó una férrea dentellada en el cuello, desgarrándolo. 

El ciervo cayó inerte mientras el gran licántropo lanzaba un aullido aterrador; se había cobrado su presa y no volvería a cazar hasta que no diera buena cuenta de la carne del ciervo. Lo jaló sobre sus hombros y regresó donde había dejado su ropa, que recogió y se dirigió a su finca, donde lo esperaban su mujer y sus cuatro pequeños.

M. D. Álvarez 

martes, 2 de diciembre de 2025

Confía en mí.

Estaba en modo destructor y salvaje; algo lo había alterado profundamente y no lograba controlar su mal genio. Ella no sabía lo que había ocurrido para alterarlo tanto, pero intuía su malestar. Ella se había reunido con un antiguo novio para que le devolviera sus cosas. Él debió percibir algo en su actitud y en su olor. Su parte de licántropo detectó el olor de aquel advenedizo en su piel y no soportaba que otros hombres la tocaran.

Sabía que debía confiar en ella y, si tenía que decirle algo, se lo diría. Lo único que necesitaba era golpear el saco y liberar tensión. Ella se acercó cuidadosamente; cuando estaba en ese estado, solo podía dejarlo que se desahogara con el saco, pero tenía que decir que él era el único en su vida.

Ella se quedó observándolo, su figura musculosa golpeando el saco con fuerza, cada golpe resonando como un eco de su frustración. El sudor empezaba a cubrir su frente, y ella podía ver cómo la rabia se desvanecía poco a poco con cada impacto. A pesar de su comportamiento salvaje, había algo profundamente atractivo en él en esos momentos; era un recordatorio de su naturaleza intensa.

—¿Te gustaría hablar? —preguntó ella, acercándose un poco más, sin querer interrumpirlo pero sintiendo la necesidad de conectarse con él.

Él detuvo el movimiento y giró la cabeza hacia ella, sus ojos aún brillando con una mezcla de furia y deseo. 

—No quiero hablar —respondió, pero su voz sonó menos dura de lo que esperaba. 

Ella dio un paso adelante, sintiéndose valiente. Sabía que bajo esa capa de rabia había un corazón herido. 

—Sé que estás molesto por lo de hoy. No era nada importante... Solo quería recuperar mis cosas —dijo ella suavemente, intentando calmar la tormenta que se agitaba dentro de él.

Él respiró hondo, tratando de controlar su temperamento. La verdad era que no solo le molestaba el hecho de que había estado con otro hombre, sino también el miedo a perderla. Había pasado mucho tiempo protegiéndola y cuidando de ella; la idea de que alguien más pudiera haber estado cerca de ella lo hacía sentir vulnerable.

—No me gusta pensar en ti con otro —confesó finalmente, su voz casi un susurro.

Ella sonrió levemente, sintiendo cómo la tensión entre ellos comenzaba a cambiar. Era el momento perfecto para reafirmar su conexión.

—Eres el único que quiero —aseguró ella, acercándose aún más hasta quedar justo frente a él. —Nadie más importa.

Con esas palabras, él sintió cómo la rabia se desvanecía un poco más. La miró a los ojos, buscando sinceridad en su mirada.

—Lo sé... solo es difícil confiar en otros —respondió él, dejando caer los puños y tomando aire para calmarse.

Ella extendió una mano y tocó suavemente su brazo. 

—Confía en mí. Lo nuestro es real —dijo mientras sus ojos se encontraban en un momento cargado de promesas.

La atmósfera cambió; el peligro del momento anterior se transformó en una chispa de entendimiento mutuo. Él dio un paso hacia ella y la abrazó con fuerza, como si temiera que podría desvanecerse si no la sostenía bien.

—Te necesito a mi lado —murmuró mientras sus corazones latían al unísono en ese abrazo cálido.

M. D. Álvarez 

lunes, 1 de diciembre de 2025

Grabado a fuego.

Aquel símbolo grabado en su pecho no lo convertía en un bicho raro; él se sentía observado cuando estaba en la playa. Pero deseaba que ella sintiera que era muy especial para él. Aquel grabado lo llevaba también en su corazón, pero allí tenía grabado a fuego el nombre de su amada. Ella, al ver su pecho tatuado con su nombre, se sintió orgullosa.

Se sentía arrebolada cada vez que sus amigas lo veían sin camiseta; se quedaban extasiadas observando tan magnífico tatuaje.

Eso sí, si alguna de ellas se atrevía a tocarlo, ella se interponía cual paloma territorial; él solo era suyo, nadie tenía permiso de tocarlo, salvo ella.

M. D. Álvarez.