Su pericia era tal que podía aterrizar aquel jumbo en una escueta pista de tenis; tal era su atrevimiento que nadie podía creerse que era el mejor piloto del mundo. Le corría urgencia, así que lo posó dulcemente sobre aquella pista de tenis. Llegaba tarde y, si lo hacía, ella no se lo perdonaría en décadas. Si no estaba en el paritorio con ella cuando diera a luz a su primer hijo, se los cortaría.
Tuvo el tiempo justo de hacerse con el ramo más precioso de la floristería. Interfiera llegó cuando la estaban trasladando al paritorio.
—Ya estoy aquí, mi amor, como te prometí.
Ella había visto por la televisión la noticia de un aterrizaje de un gran jumbo en una de las pistas de tenis; cosa alto difícil, sino imposible, dijo la reportera.
—¿Has sido tú? —preguntó ella.
—Sí. Si lo tengo que aterrizar en el aeropuerto, no hubiera llegado —respondió él.
—Eres único, mi vida; solo tú podrías haberlo hecho y sin ningún herido —refirió ella con una sonrisa que no albergaba ninguna malicia..
—No puede pasar, dijo la enfermera con voz tajante. El pequeño era muy grande; tenían que sacarlo con cesárea. Al cabo de una hora, la comadrona le invitó a ver a su pequeño en la sección de neonatología. En cuanto lo vio, supo que aquel chiquitín era su pequeño; tenía el pelo más negro de todos y sus ojos eran como los suyos. Lo miraba como si lo reconociera.
–Puedes pasar a la habitación; enseguida la suben.dijo la ATS.
M. D. Álvarez
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