En aquel cochambroso vestuario tuvo su primer encuentro con ella. El equipo de rugby se duchaba y vestía sin vergüenza, hasta que aquella jovencita se coló sin darse cuenta de dónde se metía. Por suerte para ella, los recios jugadores tenían toallas para cubrirse y soltar improperios.
—Perdón, perdón —dijo, toda azorada, y, dándose la vuelta, preguntó—: Estoy buscando a Félix Hadler.
Al oír su nombre, sus compañeros prorrumpieron en risotadas y lo llamaron. Estaba acabando de ducharse; salió envuelto en una toalla. Al verla y observar las caras de cachondeo de sus amigos, se disculpó por los improperios y piropos obscenos de estos.
La acompañó fuera del vestuario hasta una de las salas VIP y le dijo que lo esperara ahí.
Él volvió al vestuario, donde sus amigos cuchicheaban y sonreían, haciendo gestos obscenos. Al oírlo entrar, disolvieron el corrillo y cada uno se fue a su taquilla.
—"Ni una palabra o os vais a enterar de lo que es bueno", dijo él con un tono recio y feroz que no aceptaba discusiones.
Terminó de secarse y de vestirse, se quedó rezagado mientras sus compañeros se despedían.
—Buenas noches, Félix. No trasnoches mucho, que mañana tenemos entrenamiento —le corearon al salir.
Él soltó una sonora carcajada y les respondió: —Ya me conocéis, a las 10:30 estoy en la cama.
Cuando estuvo solo, se dirigió a la sala VIP donde ella lo esperaba, jugueteando con un mechón de su cabello.
—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó, invitándole a tomar asiento.
—Quería conocerte —refirió ella.
—¿Quieres algo de beber? Conocerme a mí por algún motivo en especial —quiso saber él.
—Un zumo de naranja estaría bien —refirió ella.
Él cogió un vaso y vertió el zumo de cuatro naranjas recién exprimidas. Se lo pasó, él se puso otro vaso y se sentó frente a ella.
—Bueno, aquí estoy. ¿Qué te interesa de mí? —soltó a bocajarro.
Ella lo admiraba; era el mejor quarterback de los últimos tiempos.
—Tengo entendido que eres el quarterback más joven y mejor valorado de todos los tiempos. ¿Cómo te hace sentir eso? —preguntó ella tímidamente.
—De todos los tiempos —refirió él, visiblemente satisfecho—. Adoro la camaradería y los valores de este deporte hacen que me sienta íntegro —dijo con una amplia sonrisa.
Aquello la confundió; siempre pensó que el rugby era un deporte de bárbaros. Él debió ver el desconcierto en su mirada y le dijo:
—No, todo lo contrario. Es un deporte de caballeros. Mi equipo, al que has conocido hace un rato, podría considerarse rudo y brutal, pero te puedo asegurar que, fuera de aquí, son unos chicos increíbles.
M. D. Álvarez
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