Relatos

martes, 30 de septiembre de 2025

La luz en la distancia. 2da parte.

Los días pasaron y la rutina se volvió un poco más pesada para ambos. Ella intentaba mantenerse ocupada, pero cada vez que veía su foto en el escritorio, un nudo en el estómago le recordaba que estaba lejos. Las videoconferencias se convirtieron en su refugio, un espacio donde podían reír, llorar y compartir sus días, aunque la distancia siempre estuviera presente.

Una noche, mientras él estaba en una base militar en Corea del Norte, la conexión se cortó repentinamente. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Con el corazón acelerado, intentó volver a conectarse, pero no había señal. La incertidumbre la envolvió como una sombra.

Al día siguiente, recibió un mensaje de texto: "No puedo hablar. Hay problemas aquí. Pero todo estará bien." La preocupación la consumía. ¿Qué problemas? ¿Estaba realmente a salvo?

Decidió hacer algo al respecto. No podía quedarse de brazos cruzados mientras él enfrentaba riesgos desconocidos. Se reunió con algunos amigos y comenzó a investigar sobre la situación en Corea del Norte. Con cada artículo que leía, se daba cuenta de lo grave que era todo.

Mientras tanto, él lidiaba con las presiones del entorno hostil. Las noches eran frías y solitarias; los días, tensos y llenos de vigilancia constante. Sin embargo, cada vez que pensaba en ella, una chispa de esperanza iluminaba su mundo gris.

Una semana después de la desconexión, logró restablecer la comunicación. Su rostro apareció en la pantalla y ella sintió que podía respirar de nuevo.

—¿Qué pasó? —preguntó ella con voz temblorosa.

—Solo un pequeño inconveniente —respondió él con una sonrisa forzada—. Pero estoy bien.

Ella notó su mirada cansada y preocupada. Sabía que no le estaba contando toda la verdad.

—Prométeme que serás cuidadoso —dijo ella, tratando de mantener la voz firme.

—Lo prometo —contestó él—. Y tú cuídate también. Si algo pasa aquí... no quiero que te pongas en peligro por mí.

Ella asintió, aunque sabía que haría lo que fuera necesario para protegerlo desde donde estaba.

M. D. Álvarez 

lunes, 29 de septiembre de 2025

Justicia en la base.

Él siempre pululaba por los pasillos a altas horas; su cuerpo no necesitaba descansar y, por ello, requería retos que mantuvieran su concentración al máximo. Sus amigos no entendían cómo era el primero en llegar a las ubicaciones establecidas por los mandos. 

Una noche, cuando hacía su ronda y pasaba delante de una puerta abierta, tuvo que retroceder; no daba crédito a lo que había visto: una cuadrilla de soldados estaba violando a una cadete. Se acercó y los separó. Los soldados, airados, se volvieron y, al darse cuenta de con quién se enfrentaban, se subieron los pantalones y se largaron a desfogarse en otro lugar..
Le tendió la mano para ayudarla a levantarse; ella intentaba mostrarse fuerte.

—Te acompañaré al hospital —dijo él, ofreciéndole su gabán.

—No, no necesito ir al hospital —respondió ella, temerosa de las consecuencias en su compañía.

—No pienses en las consecuencias para tu compañía, sino en las tuyas —refirió él respetuosamente.

—Yo me encargaré de que no te quiten privilegios, pero ahora deberías ir al hospital —se reafirmó él—. Venga, te llevo —dijo él, cogiéndola suavemente del brazo. 

Tenía un jeep de su propiedad y la ayudó a subir al asiento del copiloto. Se puso al volante, salió de la base y se dirigió al hospital. Una vez en el hospital, él les informó que habían tratado de violarla. 

Tras la primera exploración, le dijeron que había un desgarro vaginal, tomaron muestras de semen y la mantuvieron en observación mientras él se dirigía a buscar a la cuadrilla que había cometido tal fechoría. Los llevó ante sus mandos, que le agradecieron la rápida diligencia. Los juzgaron y fueron encarcelados varios años en una cárcel militar.

Él, después de entregar a los culpables a los mandos, regresó al hospital para cerciorarse de que ella estaba bien. Entró en la habitación con delicadeza; ella dormía y se sentó en una de las incómodas sillas que había en la habitación. Ella se despertó y lo vio a su lado.

—Hola de nuevo, me han dicho que te darán el alta en dos días —dijo él suavemente.  

—No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí —dijo ella, compungida.  

—Me gustaría que no dejaras la academia —dijo él, viendo el rostro apesadumbrado de ella—. Sé que volver ahora será muy duro, pero no es necesario que vuelvas ahora mismo. Tómate el tiempo que necesites y, cuando estés preparada, yo te ayudaré a ponerte al día.  

M. D. Álvarez


domingo, 28 de septiembre de 2025

Entre el deber y el corazón, 2da parte

Mientras las lágrimas caían por el rostro de ella, el silencio en la sala se volvió abrumador. Los miembros del equipo, aún recuperándose del shock, intercambiaron miradas de preocupación. Sabían que la misión había sido complicada, pero no esperaban tener que enfrentar una pérdida tan profunda.

Ella se arrodilló junto al protagonista, aún aferrado a los mandos de la nave, su respiración entrecortada. «No puedes dejarme así», susurró, sintiendo cómo el miedo la invadía. «Siempre has encontrado la forma de salir adelante. No te vayas ahora».

Él la miró con una mezcla de tristeza y amor, consciente de que cada palabra que ella decía resonaba en su corazón. «Siempre quise ser tu ancla en medio de la tormenta», dijo con voz débil. «Pero esta vez, la tormenta fue demasiado fuerte».

Mientras su visión se nublaba, recordó los momentos compartidos: las risas en los entrenamientos, las estrategias planeadas bajo las estrellas y las confidencias susurradas en noches de incertidumbre. Todo eso lo llevó a un lugar donde el deber y el amor se entrelazaban en un mismo hilo.

«Prométeme algo», continuó él, esforzándose por mantener la voz firme. «No dejes que mi sacrificio sea en vano. Lucha por el equipo y por lo que creímos juntos». 

Ella asintió, sintiendo cómo su corazón se rompía cada vez más. «Siempre lo haré», prometió con fervor, aunque sabía que sin él sería una batalla más difícil.

Con un último esfuerzo, él tomó su mano y le sonrió débilmente. «Nunca olvides lo que somos... lo que fuimos». Las luces de la nave parpadearon mientras su cuerpo se relajaba, dejándola sola con su dolor y su determinación.

A medida que el resto del equipo comenzaba a comprender la magnitud de lo que había sucedido, ella se levantó con una nueva resolución. La misión no había terminado; ahora era su deber honrarlo luchando más fuerte que nunca.

Con el corazón pesado pero lleno de propósito, giró hacia sus compañeros y dijo: «Haremos lo que él quería. No dejaremos que esto termine aquí». La mirada decidida en sus ojos encendió una chispa entre ellos; juntos enfrentarían cualquier adversidad.

M. D. Álvarez 

sábado, 27 de septiembre de 2025

Entre el deber y el corazón.

Se encontraba sofocado y agotado, pero no podía dar muestras de cansancio; su equipo lo necesitaba al 100%. Llevaba unos días sin lograr concentrarse y no comprendía cómo la confesión de su lugarteniente le había afectado tanto.

No lograba comprender por qué ahora sí sus sentimientos eran tan profundos. No se lo dijo antes de embarcarse en aquella misión suicida. Ella era un miembro clave para su equipo, por eso le costó horrores dejarla en tierra, aún en contra del mandato de su superior.

El equipo se temió algo, pero permaneció unido. La misión se torció no por su falta de concentración; era capaz de dejar los líos de faldas a un lado y llevar a cabo la misión con los ojos cerrados, pero la base en la que tenían que infiltrarse estaba en sobreaviso.

Aunque logró sobreponerse, no pudo evitar ser herido; aún así, sacó a su equipo de aquel atolladero, regresando al cuartel general.

Su grupo no supo que lo habían herido hasta que descendieron de la nave. Ella lo esperaba al pie de la escalerilla y, al no verlo salir, subió. Lo encontró agarrado a los mandos; su férrea determinación y resolución los trajo a casa a costa de su vida.

"Siempre fuiste un encantador de la muerte; la evitabas y jugabas con ella. Siento haberte obligado a elegir", dijo ella, sollozando. Había perdido a su mejor amigo por haberle confesado que lo quería con locura.

Continuará...

M. D.Álvarez 

viernes, 26 de septiembre de 2025

Audaces e intrépidos.

De pequeño, era intrépido y audaz; por eso, se lo rifaban para formar equipo en las batallas campales que organizaban entre barrios. Eran travesuras de niños, como dirían los abuelos. Él, en cambio, se sentía más asustado en juegos de ingenio y no tenía rival a su altura, hasta que un buen día apareció una preciosa niñita de ojos verdes que lo cautivó. Era auténticamente preciosa e inteligente; en los concursos de ingenio, conseguía volverlo loco con su habilidad.

Un día, al salir del instituto, lo abordó y le pidió algo inverosímil:  
—¿Te gustaría formar equipo conmigo? —preguntó con timidez.

Él la observó y notó su nerviosismo, un ligero rubor en sus mejillas. 

—Me parece bien —dijo él, divertido; no sabía que ejercía tal poder sobre ella.

Ella sintió su mirada divertida y el rubor subió aún más. 

—No me mires así —dijo ella con tono airado.

—¿Que no te mire cómo? —terció él.

Con esos ojazos azules que hacen que me derrita, respondió ella, visiblemente sofocada.

No puedo dejar de mirarte; así eres un misterio para mí —dijo él, ofreciéndole un botellín de agua fresca.

Después de aquel encuentro, fueron inseparables y famosos por sus andanzas.

Continuará...

M. D. Álvarez 

jueves, 25 de septiembre de 2025

Bajo la luz de una lámparilla.

La luz de aquella lámparilla era escasa, pero sirvió para descubrir un extraño ser que la observaba con curiosidad. Ella sabía que aquel ser tan formidable era un auténtico hombre lobo, pero desconocía qué hacía allí en su habitación y, sobre todo, por qué la miraba con curiosidad.

El licántropo se aproximó cuidadosamente a la cama donde ella descansaba y le preguntó: "¿Por qué me has llamado?" Su voz sonaba dulce y aterciopelada.

Ella, sorprendida, no recordaba haber llamado a nadie, y menos en sueños.

Él se aproximó un poco más y refirió la siguiente petición: "Si me llamas, acudo, pero si no me llamas, no tengo permiso de entrar en tu mundo. Así que te lo vuelvo a preguntar: ¿por qué me has llamado?"

Ella no supo qué decir, pero percibió la inquietud de aquel ser de la noche. Su día anterior había estado plagado de contratiempos peligrosos y, en uno de aquellos percances, conoció a un joven encantador que la ayudó a deshacerse de aquellos incidentes. Recordó que tenía una gran cicatriz en su brazo derecho y descubrió que aquel majestuoso licántropo tenía la misma cicatriz. Ató cabos.

La conexión entre ellos era innegable, y la cicatriz se convirtió en un puente entre sus mundos. Ella, aún aturdida, se sentó en la cama, intentando procesar lo que estaba sucediendo. "No te llamé intencionadamente", comenzó a decir, "pero… quizás en un rincón de mi mente, deseaba que alguien como tú apareciera".

El hombre lobo inclinó la cabeza, su mirada profunda y penetrante parecía leer sus pensamientos. "Los deseos a veces se manifiestan de formas inesperadas", respondió, su voz resonando con una mezcla de misterio y sabiduría.

Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era de miedo; era una mezcla de emoción y curiosidad. "¿Eres real? ¿O solo una creación de mi imaginación?" preguntó, sintiendo que cada palabra era un paso hacia lo desconocido.

"Soy tan real como el miedo que llevas dentro", contestó él con una sonrisa traviesa. "Vengo de las sombras, pero no estoy aquí para asustarte. Mi presencia es un reflejo de tus propias luchas".

Ella recordó los contratiempos de su día: el accidente del coche, la discusión con su jefe, y cómo el joven encantador había sido su salvación en medio del caos. "¿Estás aquí para ayudarme?", preguntó, sintiendo que había más en juego de lo que parecía.

"Exactamente", dijo el licántropo mientras se acercaba aún más. "Cada vez que sientes que el mundo se vuelve oscuro y pesado, yo estoy aquí. Pero debes aprender a llamarme cuando realmente me necesites".

Las palabras resonaron en su mente como un eco profundo. Ella había sentido esa necesidad antes, pero nunca había sabido cómo expresarla. "¿Y si no sé cómo llamarte?" cuestionó.

"Confía en tu corazón", respondió él con ternura. "Cuando sientas la desesperación o el miedo abrumador, simplemente piensa en mí. Yo vendré".

De repente, un ruido ensordecedor rompió la quietud de la habitación. Un trueno resonó fuera, iluminando brevemente el rostro del hombre lobo con una luz espectral. Ella sintió cómo el miedo empezaba a apoderarse de ella nuevamente.

"Recuerda lo que te dije", le advirtió él mientras la tormenta rugía afuera. "No estás sola en esto".

Con esas palabras resonando en su mente, ella cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió nuevamente, ya no estaba asustada; había algo poderoso dentro de ella despertando.

"Está bien", dijo finalmente con determinación. "Si me necesitas también a mí… aquí estoy".

El hombre lobo sonrió ampliamente y extendió su mano hacia ella. En ese instante, comprendió que habían creado un vínculo irrompible: dos almas perdidas encontrándose en medio de la tempestad.

El hombre lobo se retorció y debatió por quedarse, pero el joven encantador gobernaba el día, y el amanecer tras la tormenta los había sorprendido. Era hora de volver a las sombras.

M. D.  Álvarez 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

La extraña pareja.

Lo mantenían inmovilizado; a duras penas lograban controlarlo. Solo ella era capaz de pararlo en seco y calmarlo, pero ya no estaba entre los presentes; se la habían llevado a otra habitación. Eso lo puso furioso. Hicieron falta más de treinta seguratas para poder detenerlo y, aun así, no lograron frenarlo. La necesitaba, y ella lo sabía. En cuanto la sacaran de la habitación, no dejaría de luchar.

Uno de los seguratas dijo: "Dejadlo, nada puede atravesar esas paredes; son de acero reforzado".

No lo conocían; su furia iba más allá de la razón, lo que hacía que su fuerza fuera desaforada. Logró hundir la recia plancha, hacer saltar una junta, introducir sus garras y desencajar una de las grandes planchas. Percibió su olor; eso hizo que su rabia se volviera irracional. Ya no solo utilizaba sus garras; usaba sus férreos dientes para abrirse paso. Hasta ella, los seguratas no daban crédito a lo que estaban viviendo y no se atrevieron a plantarse delante de él. Una vez en el pasillo, olfateó el aire y localizó el olor de su ama. Corrió como un loco hasta una gran puerta, arañó y arañó hasta que la puerta se abrió. Allí estaba su dueña, que al verlo se sintió orgullosa. "Aquí está mi pequeñín, ¿pero qué te has hecho?", se arrodilló a su lado y examinó sus garras, que estaban ensangrentadas, y algunos de sus dientes, que estaban mellados. Él estaba feliz; lamía el rostro de su dueña con alegría. 

"Está bien, está bien, ven conmigo, cielote", dijo ella con cariño. "Sube aquí, campeón", dijo ella. Lo iba a examinar. El lobo había atravesado una pared de acero reforzado después de que trataran de secarlo. Tenía dos costillas rotas y una posible fractura de mandíbula, pero estaba feliz junto a su dueña, que lo acariciaba con ternura. 

"Bueno, te has ganado un buen premio; te lo daré al llegar a casa."
El lobo bajó de la camilla y se situó a su lado.  Los dos juntos salieron de los laboratorios; ella abrió la puerta del coche y el lobo entró. Ella se sentó al volante y condujo durante media hora hasta llegar a su pequeño rancho, donde su lobo vivía en libertad. El rancho era su territorio y su dueña, su manada.

—Ven aquí, brutote —dijo ella, sentándose en el sofá. Tenía un plato cubierto, pero él ya sabía lo que había en aquel plato: era un gran bistec de wagyu.

—Tienes que calmarte. Si no, ¿me ves? ¿Qué hubieras hecho si, en vez de acero reforzado, las paredes hubieran sido de hormigón reforzado? 
Él se relamía, pero parecía comprender la preocupación de su dueña.

Mientras el lobo devoraba el bistec de wagyu, su dueña lo observaba con una mezcla de alegría y preocupación. Sabía que su pequeño guerrero había pasado por mucho, y aunque la comida lo reconfortaba, había algo más que necesitaba: su libertad.

Después de comer, ella decidió llevarlo a dar un paseo por el rancho. Era un lugar vasto, lleno de prados verdes y árboles que se mecían suavemente con el viento. "Vamos, campeón, es hora de que estires esas patas", le dijo, mientras él movía la cola con entusiasmo.

Al salir al exterior, el lobo respiró profundamente, llenándose de los aromas familiares: la hierba fresca, el barro húmedo y el dulce olor de las flores silvestres. Se sentía en casa. Corrió a su lado, saltando y jugando entre los arbustos, como si cada carrera fuera un pequeño triunfo.

De repente, algo captó su atención. Un ciervo apareció entre los árboles. Instintivamente, se detuvo y se puso en posición, sus instintos primitivos despertando. Ella lo observó con una sonrisa cómplice; sabía que ese era su mundo natural.

"Ve a jugar", le dijo suavemente. El lobo salió disparado tras el ciervo, pero no con la intención de cazar; solo quería sentir la adrenalina recorrer su cuerpo. Era libre.

Mientras corría, ella no pudo evitar recordar lo que había pasado en el laboratorio. Aquellos hombres no entendían lo que había entre ellos; lo veían como un experimento y no como un compañero leal. Su corazón se llenó de determinación. No dejaría que nadie separara a su manada.

Después de unos minutos de juego, el lobo regresó a ella con la lengua afuera y la mirada brillante. Él sabía que siempre regresaría a su lado. Ella se arrodilló y le acarició la cabeza. "Eres increíble", le dijo con una sonrisa.

"¿Vas a volver a estar así de furioso?", preguntó en tono juguetón. Él respondió moviendo la cola como si hubiera entendido cada palabra.

Esa noche, mientras se acomodaban en el sofá bajo una manta cálida, ella pensó en cómo protegerlo mejor en el futuro. Quizás necesitaban un lugar más seguro o incluso un nuevo hogar donde pudieran vivir sin miedo. Mientras acariciaba su pelaje suave, decidió que juntos enfrentarían cualquier desafío que se presentara.

"Siempre estaré contigo", murmuró antes de cerrar los ojos. El lobo se acurrucó junto a ella y pronto se quedó dormido, soñando con grandes aventuras y praderas infinitas.

M. D. Álvarez 

martes, 23 de septiembre de 2025

La petición.

Te lo compensaré, te lo juro por Dios —dijo ella con una sonrisa complaciente.  

—Seguro que sí —dijo él, viendo cómo ella se levantaba y se dirigía al baño. Al cabo de diez minutos, salió vestida con ropa de faena y la cartuchera en su cintura. Se acercó a la cama y lo besó apasionadamente.  

—Volveré lo antes posible, campeón, y te resarciré con creces —dijo, mordiéndole delicadamente el labio.

Su trabajo en la central de policía era estresante, pero él lograba desestresarla satisfaciendo todos sus gustos placenteros, y ella sabía lo concienzudo que era para satisfacerla. Pero aquella noche era especial para él.

Esperó a que ella cerrara la puerta de la casa y se levantó, se vistió y salió a comprar 20 ramos de rosas rojas. Las colocó estratégicamente, guiándola con cada rosa a una pista, así hasta llevarla al lugar donde se conocieron. Le dejó la primera pista sobre la mesa del salón: "Sigue el camino de rosas y encontrarás mi corazón al final del camino." Cuando ella llegó a casa, se sorprendió al ver una nota con una hermosa rosa roja. Leyó la nota y esbozó una adorable sonrisa. Buscó cada una de las rosas y, al atardecer, descubrió el lugar donde se conocieron: un viejo templete de madera que él se había dedicado a restaurar. La esperaba apoyado en la barandilla. Ella se acercó silenciosamente, pero no logró sorprenderlo. 

—Te he oído llegar —dijo él, volviéndose hacia ella. Llevaba un gran ramo de rosas rojas que dulcemente le entregó. —Ven, te quiero mostrar algo —dijo él, cogiéndola delicadamente del brazo—. Cierra los ojos —dijo él cortésmente. 

Ella se dejó llevar; no tardaron más de cinco minutos, pero la llevó a una de las cuevas más hermosas, una cueva que él había descubierto. Tenía una luminiscencia extraordinaria. Allí, en aquella cueva, había preparado una cena frugal, pero era suficiente para ella. Cuando abrió los ojos, quedó maravillada. Ahora comprendía lo mucho que lo quería.

Él sacó una pequeña cajita y se arrodilló delante de ella.  —Tú eres lo que me llena y da sentido a mi vida; no puedo vivir sin ti. ¿Te quieres casar conmigo? —dijo él con aquella sensual voz que hacía que ella no se pudiera resistir.  

—Sí, sí, sí y mil veces sí. Tú eres el amor de mi vida —dijo ella, besándolo con ternura.

M. D. Álvarez

lunes, 22 de septiembre de 2025

Sombra y Luna.

Cabello negro y ojos azules, todo un apuesto y gallardo semental, era el más codiciado entre todos los briosos jóvenes repletos de testosterona. Él contenía sus impulsos y las yeguas lo deseaban, pero él no estaba preparado para cubrir a ninguna todavía. Un buen día, mientras galopaba por el prado, vio a una hermosa yegua de pelo blanco como la nieve y ojos verdes como la hierba. Ella lo observó con curiosidad; era un magnífico ejemplar, apuesto y brioso.

Mientras el semental de cabello negro y ojos azules se acercaba a la yegua de pelo blanco, sintió una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Ella, con sus ojos verdes brillando bajo el sol, lo observaba con una mezcla de interés y desafío.

“Hola,” relinchó él, tratando de sonar seguro. “No te había visto por aquí antes.”

La yegua inclinó la cabeza ligeramente, sus crines blancas ondeando con la brisa. “Soy nueva en estos prados,” respondió con una voz suave pero firme. “Me llamo Luna.”

“Yo soy Sombra,” dijo él, sintiendo una conexión instantánea. “¿Te gustaría galopar conmigo?”

Luna sonrió y, sin decir una palabra, comenzó a correr. Sombra  la siguió, sintiendo el viento en su melena y la emoción de una nueva amistad. Juntos, galoparon por los prados, disfrutando de la libertad y la compañía mutua.

Sombra y Luna galopaban uno junto al otro, sintiendo la brisa acariciar sus crines y el sol calentar sus pieles. Era como si hubieran sido amigos desde siempre. Luna, con su mirada penetrante, parecía conocer los pensamientos más profundos de Sombra. Él, a su vez, se sentía seguro y protegido a su lado.

Sin embargo, la felicidad de Sombra se vio interrumpida cuando, al regresar al establo, se encontró con un grupo de yeguas que lo miraban con deseo. Entre ellas, destacaba una yegua de pelaje negro azabache y ojos dorados, conocida por su carácter dominante y su belleza. Sombra sintió un conflicto interior: por un lado, se sentía atraído por la belleza de la yegua negra, pero por otro, no quería traicionar la confianza de Luna..."

M. D.  Álvarez 

domingo, 21 de septiembre de 2025

Código de acceso.

La música sonaba cadenciosamente, reiterando los golpes de su cabecero. Lo tenían atado y lo golpeaban inmisericordemente al ritmo de "Tubular Bells". Ella trataba de desatarse para socorrerlo; él no se defendía, es más, parecía no querer luchar. Lo habían sorprendido en su casa mientras cenaban. Intentó defenderla, pero lo inmovilizaron y comenzaron a golpearlo sin compasión. Le preguntaban sobre los códigos de acceso, pero si se los daba, no los dejarían vivos a ninguno de los dos.

Ella logró soltarse y cogió el arma que tenía en la mesita de noche, disparó sobre el que lo estaba golpeando y se encaró con el jefe, que, perplejo, no se le ocurrió otra cosa que menospreciarla. Ella, viendo todo el dolor que su compañero había sufrido, le descerrajó un tiro entre ceja y ceja, corrió a socorrer a su compañero, lo desató y ayudó a incorporarlo. 
No podía darles los códigos de acceso, ¿lo comprendes? —dijo él con un hilo de voz. 

—Lo sé, mi vida. Respondió ella preocupada.

Ella ayudó a su compañero a levantarse, sus manos temblaban de adrenalina y miedo. El sonido del golpe sordo de los cuerpos al caer al suelo resonaba en sus oídos, pero no había tiempo para sentir piedad. Rápidamente, se asomaron por la puerta entreabierta. La casa estaba en silencio, pero sabían que no podían bajar la guardia; los cómplices del jefe podrían estar acechando.

—¿Estás bien? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.

Él asintió, aunque el dolor era evidente en su rostro. Tenía un corte profundo en la ceja y su camisa estaba manchada de sangre. 

—Necesitamos salir de aquí —dijo él, tratando de mantenerse firme a pesar de las heridas—. No podemos quedarnos. Si han venido por los códigos, no se detendrán aquí.

Ella miró hacia la ventana, donde las sombras se alargaban con la caída del sol. La idea de huir era aterradora, pero sabía que debían actuar rápido. Se acercó a la mesita de noche y tomó el teléfono móvil, que había quedado intacto en medio del caos.

—Podría llamar a la policía —sugirió, pero él le tomó la mano.

—No hay tiempo para eso. Si lo hacen, podrían llegar tarde o ni siquiera venir. Necesitamos un plan —dijo con determinación.

Mientras discutían sus opciones, escucharon un ruido proveniente del pasillo: pasos pesados que se acercaban rápidamente. Ella sintió que el corazón le latía desbocado.

—¡Rápido! —exclamó y lo condujo hacia el baño, cerrando la puerta detrás de ellos. 

En el pequeño espacio, ella respiraba con dificultad mientras él intentaba encontrar una salida alternativa. Miró alrededor: había una ventana pequeña en lo alto de la pared.

—No puedo alcanzarla —dijo él frustrado.

Ella frunció el ceño y buscó algo para ayudarle a subir. Encontró un taburete y lo empujó debajo de la ventana.

—Sube —ordenó con firmeza—. Yo te cubro.

Él dudó un instante, pero sabía que no había otra opción. Se subió al taburete y ella se preparó detrás de la puerta, lista para actuar si alguien entraba.

Cuando él logró abrir la ventana y mirar hacia afuera, vio que estaban en el segundo piso. Abajo había un pequeño jardín y una valla baja que parecía ser su única vía de escape.

—¡Voy a saltar! —gritó él mientras se preparaba para descender.

Ella sintió un nudo en el estómago; no quería dejarlo ir solo, pero sabía que era necesario. 

—Te seguiré —respondió decidida.

Con un último vistazo hacia atrás, él se lanzó al vacío y aterrizó con un golpe sordo sobre el césped blando. Se giró rápidamente para asegurarse de que estaba bien y le hizo señas para que saltara.

Ella respiró hondo y siguió su ejemplo. El aire fresco le dio una sensación momentánea de libertad mientras caía sobre él con suavidad. Pero antes de que pudieran reaccionar, escucharon voces acercándose desde dentro de la casa.

—¡Rápido! ¡Por aquí! —dijo él mientras tiraba de ella hacia la valla.

Saltaron juntos y corrieron hacia las sombras del jardín trasero, sintiendo cómo la adrenalina les corría por las venas mientras se alejaban del horror que habían dejado atrás.

Pero sabían que esto solo era el comienzo; su lucha por sobrevivir había comenzado realmente.

Continuará...

M. D. Álvarez 

sábado, 20 de septiembre de 2025

El joven licántropo.


Su hermosa cabellera negra lo convertía en un ejemplar casi único, pero lo que lo hacía verdaderamente excepcional eran sus intensos ojos azules. Todas las noches de luna llena, se transformaba en un precioso ejemplar de licántropo de ojos azules, una auténtica rareza. Por eso, ella lo vigilaba; no quería que le dieran caza. Era suyo y no permitiría que ninguna loba le echara la zarpa encima.

Lo descubrió en una fría laguna. Mientras él se bañaba, ella lo observaba con deseo, pero no se atrevió a acercarse. En un momento, él se sumergió en la fría laguna y emergió en su forma natural: un hermoso hombre lobo que se sacudió como un gran perro, secando su pelo. Él la descubrió observándolo y se acercó hacia ella. Parecía paralizada, pero no tenía miedo. Él se aproximó cauteloso; ella extendió la mano y él la olfateó. Reconoció ese olor que lo había estado oliendo desde hacía meses; era un olor que le atraía. Ella permaneció paralizada, pero estaba segura de que no le haría nada. Poco a poco, él se fue retirando y se adentró en el bosque. Tardó cinco minutos en reaccionar; la había mirado directamente a los ojos con una mirada cálida llena de pasión.

Ella, sintiendo el latido acelerado de su corazón, decidió que no podía dejarlo ir tan fácilmente. Con un impulso inesperado, se adentró en el bosque tras él, guiada por la conexión que había sentido en esos breves momentos. El aire fresco de la noche la envolvía mientras avanzaba entre los árboles, sus pasos suaves y cautelosos.

A medida que se adentraba más en el bosque, comenzó a escuchar el crujir de las ramas y el susurro del viento entre las hojas. De repente, se detuvo. Delante de ella, en un claro iluminado por la luna llena, él estaba erguido, en su forma lupina. Sus ojos azules brillaban intensamente bajo la luz lunar, y su cuerpo musculoso se movía con gracia y poder.

—¿Por qué me sigues? —preguntó él, su voz resonando como un eco profundo.

—No puedo dejarte solo —respondió ella con firmeza—. Siento que hay algo entre nosotros, algo que no puedo ignorar.

Él la miró con curiosidad, como si estuviera tratando de descifrarla. La tensión en el aire era palpable; ambos sabían que estaban cruzando un umbral peligroso.

—No soy como los demás —dijo él finalmente, su voz grave llena de advertencia—. Hay quienes me quieren muerto por lo que soy.

Ella dio un paso adelante, desafiando la advertencia. —No me importa lo que digan los demás. Quiero ayudarte.

La mirada intensa de él se suavizó un instante y ella vio un destello de esperanza en sus ojos azules. Pero también había miedo; miedo a perderla y a lo que realmente era.

—No puedes protegerme —murmuró él—. Soy una criatura salvaje.

—Quizás lo seas —respondió ella con una sonrisa desafiante—, pero eso no significa que no pueda intentar hacerlo.

Él se quedó en silencio por un momento, contemplando sus palabras. La luna llena iluminaba el claro y parecía bendecir su encuentro. Finalmente, dio un paso hacia ella.

—Si decides quedarte… tendrás que estar lista para enfrentar lo que venga.

Ella asintió, sintiendo una mezcla de emoción y temor ante lo desconocido. Pero sabía que estaba dispuesta a arriesgarlo todo por él.

M. D. Álvarez 

viernes, 19 de septiembre de 2025

El dilema.

Sus jugueteos eran inocentes, sus besos cálidos y tiernos. El resto de sus amigos no conocía esa faceta suya; con ellos era distante y disciplinado. No podía permitir que conocieran sus puntos débiles. Ella sabía que, si conocían su relación, le perderían el respeto, y su mando debía ser firme y sin fisuras. Cada vez que estaba con ella, sentía cómo su corazón, otrora duro como el pedernal, se transformaba en el corazoncito de un tierno osito de peluche. Ella adoraba calmar su frustración con dulces mimos. 

Una noche, mientras se amaban, ella lo besaba con pasión y notó que él estaba ausente. 

—¿Dónde estás? No te siento aquí —preguntó ella, rodeando con sus suaves brazos. 

—Lo siento, hoy he estado a punto de perder a mi equipo —dijo él mientras acariciaba sus pechos con dulzura. 

—Pero no lo has hecho, ¿verdad? 

—Sí, pero no puedo ocultarlo más. Mañana he organizado una reunión; voy a comunicar mi relación contigo. Me gustaría que vinieras conmigo —dijo mansamente.

Ella lo besó con pasión y le dijo: —Sabes que iría contigo hasta el fin del mundo; ¿cómo no voy a acompañarte a conocer a tu equipo? Eres el amor de mi vida, mi terroncito de azúcar."

La mañana siguiente, el aire estaba cargado de nerviosismo. Él se miró en el espejo, ajustando su corbata con manos temblorosas. La reunión estaba programada para más tarde, y aunque su mente estaba llena de dudas, la presencia de ella lo llenaba de valor. Ella, sentada en el borde de la cama, lo observaba con una mezcla de amor y preocupación.

—Recuerda, no estás solo en esto —le dijo, levantándose para acercarse a él. Sus ojos brillaban con confianza.

Él asintió, pero su corazón seguía latiendo desbocado. Mientras caminaban hacia la sala de reuniones, su mente giraba en torno a las posibles reacciones de su equipo. ¿Lo aceptarían? ¿O lo verían como un líder débil? A medida que se acercaban a la puerta, sintió que el peso del mundo recaía sobre sus hombros.

Al entrar, las miradas se posaron sobre él. Su equipo estaba reunido, charlando animadamente. Al verlos ahí, sintió una punzada en el estómago; eran más que colegas, eran amigos. Se aclaró la garganta y tomó un profundo respiro.

—Gracias por venir —comenzó él—. Hay algo importante que necesito compartir con todos ustedes.

El murmullo cesó y los ojos curiosos le instaron a continuar. Ella se quedó a su lado, sonriendo con aliento mientras él luchaba por encontrar las palabras adecuadas.

—He estado guardando un secreto —dijo finalmente—. Y creo que es hora de ser honesto con ustedes. Estoy en una relación... con alguien que es muy especial para mí.

Las reacciones fueron variadas: algunos sonrieron, otros parecieron sorprendidos. Él sintió cómo la tensión aumentaba en el aire.

—Y ella está aquí —añadió, señalando a ella que se encontraba a su lado—. Me gustaría presentarles a mi pareja.

Un silencio momentáneo se apoderó del grupo antes de que uno de sus compañeros rompiera el hielo.

—¿Quién es? —preguntó uno de ellos con una sonrisa traviesa.

Él sintió cómo los nervios se disipaban un poco al ver la curiosidad genuina en sus rostros. 

—Ella es Angie Sanderson y  es mi amor —dijo él finalmente—. Y ha sido una parte fundamental de mi vida.

Ella sonrió ampliamente mientras los murmullos comenzaban nuevamente entre los miembros del equipo. Uno por uno comenzaron a acercarse para conocerla y felicitarlo por su valentía al compartirlo.

La tensión que había estado cargando se desvaneció lentamente mientras observaba cómo aceptaban su relación sin reservas. Las risas llenaron la sala y él sintió una oleada de alivio y felicidad al darse cuenta de que había dado un paso crucial hacia una vida más auténtica.

Después de la reunión, mientras todos celebraban con risas y abrazos, él se giró hacia ella.

—Lo hicimos —dijo con una sonrisa radiante—. No puedo creer que me haya costado tanto tiempo dar este paso.

Ella le dio un suave beso en los labios y respondió: —A veces hay que arriesgarse para encontrar lo que realmente importa.

Desde ese día, su relación floreció no solo entre ellos dos, sino también dentro del entorno que habían creado juntos, convirtiéndose en un ejemplo de amor y confianza para todos a su alrededor.

M. D.  Álvarez 

jueves, 18 de septiembre de 2025

Los vandalos

La larga cola de novicias que se estaba formando alrededor de aquel apuesto joven que dormía al pie de las escaleras del convento. Todas cuchicheaban sobre lo guapo y apuesto que era. Se despertó y se vio rodeado de veinte novicias; estaba sucio y lucía una poblada barba.

La madre superiora se acercó a él, apartó a las novicias y le ofreció una ducha y algo de ropa. "Gracias, madre. Si necesitan un manitas, puedo echarles una mano", dijo el agradecido.

Una vez duchado y con ropa limpia, el cambio fue espectacular. Era un joven atlético y fuerte. "¿Puedo ver ese moratón?", preguntó la madre superiora al percatarse de que él se dolía de un costado.

Él levantó la camisa y dejó ver un gran hematoma. "Eso debe de doler", dijo ella, aplicándole una pomada a base de árnica. "Esto te aliviará."

Si puedo hacer algo por ustedes, solo tienen que decírmelo.

Ahora que lo dices, si puedes echarnos una mano, el otro día entraron unos vándalos y tiraron una gran cruz de madera.
Roble con nuestro Señor.  

—Eso está hecho —dijo él, dirigiéndose hacia la iglesia. El crucifijo era de casi tres metros, pero él era fuerte y, con un poco de esfuerzo, colocó la gran cruz donde la madre superiora le dijo que estaba.

Le prestaron una de las celdas vacías, así no dormiría en el suelo. Le despertó un ruido brusco y se levantó. Se fue derecho a la capilla y allí vio a un trío de vándalos que estaba destrozando los retablos. Los arrinconó y les advirtió: "Si volvéis a mancillar este lugar sagrado, os sacaré de los huesos a los tres y suplicáis perdón, está claro", rugió.

M. D. Álvarez 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Juego de Ingenios.

El problema, piensa, es que hace por lo menos cinco libros que mata sin imaginación, y eso lo estaba volviendo loco. Su asesino en serie era el asesino imaginativo más grande de todos los tiempos.

Mataba sin dejar huella de diferentes maneras: accidentales, crueles, sanguinarias, piadosas y, la que más satisfacción le producía, los asesinatos por encargo..

A medida que su mente se sumía en el caos, comenzó a recordar los días en que cada asesinato era una obra maestra, una danza macabra donde él era tanto el artista como la obra. Cada víctima era un lienzo en blanco, y él, con su ingenio retorcido, utilizaba herramientas que iban desde lo sutil hasta lo grotesco. Pero ahora, la monotonía de sus métodos lo había dejado vacío.

Una noche, mientras revisaba sus notas en la penumbra de su estudio, una idea brillante iluminó su mente. ¿Por qué no crear un juego? Un desafío que lo sacudiera de la rutina y lo empujara a ser el asesino que solía ser. Se propuso encontrar a alguien que pudiera igualar su ingenio. Así surgió la idea de un "asesino rival", un adversario que lo obligara a pensar fuera de la caja.

Comenzó a buscar pistas en los oscuros rincones de la ciudad, donde los rumores sobre criminales astutos circulaban como sombras. Cada encuentro lo llenaba de emoción y peligro; finalmente sentía que estaba volviendo a vivir. Pero pronto se dio cuenta de que este nuevo juego podría tener consecuencias inesperadas... 

M. D. Álvarez 

martes, 16 de septiembre de 2025

El holding.

Él dormía profundamente; su respiración era tranquila y pausada. Estaba satisfecho con todo lo que había logrado el día anterior: había conseguido a la chica de sus sueños, se había hecho con el liderato de un gran holding empresarial y había destituido al jefe de seguridad por tocamientos inadecuados a su secretaria personal. 

Era una de las pocas ocasiones en que todo había salido rodado. Su ático en el Empire State Building era lo más codiciado; sus vistas inigualables de la ciudad de Nueva York eran uno de los fetiches de él. Todas las chicas a las que llevó a su ático cayeron rendidas ante aquellas vistas, pero ahora solo había una mujer en su vida y todo ello a la tierna edad de los 18 años.

Mientras él disfrutaba de su sueño reparador, la luz del amanecer comenzaba a colarse por las grandes ventanas del ático, iluminando suavemente la habitación. Ella, aún despierta, observaba cómo los primeros rayos del sol acariciaban su rostro. Había algo en su paz que la hacía sentir segura, como si el mundo exterior no existiera.

Sin embargo, a medida que el sol ascendía, sus pensamientos se tornaban más inquietos. La felicidad de haber conquistado a la chica de sus sueños estaba empañada por el peso de las decisiones que había tomado. ¿Realmente había hecho lo correcto al destituir al jefe de seguridad? Aunque sus motivos eran justos, sabía que en el mundo empresarial las acciones tenían repercusiones inesperadas.

Decidió levantarse y preparar un desayuno especial. Mientras el aroma del café recién hecho llenaba el aire, recordó cómo habían llegado hasta aquí. Desde su primer encuentro en una gala benéfica hasta las largas conversaciones sobre sus sueños y ambiciones; nunca había sentido una conexión tan profunda con alguien.

Cuando él despertó, se encontró con la mesa elegantemente preparada: croissants, frutas frescas y el café humeante en su taza favorita. Al verla sonreír, una oleada de felicidad lo invadió. "¿Qué celebramos hoy?", bromeó mientras se acercaba a ella.

"Simplemente la vida", respondió ella, y sus ojos brillaron con complicidad. Pero en su interior, sabía que había desafíos por venir. La destitución del jefe de seguridad había creado un vacío que no tardaría en ser llenado por alguien menos benevolente.

Mientras desayunaban, ella decidió compartir sus preocupaciones. "¿Qué pasará ahora con tu empresa? La gente no suele aceptar cambios tan fácilmente". Él tomó un sorbo de café y se quedó pensativo. "Tienes razón... pero estoy dispuesto a enfrentar cualquier desafío. No puedo permitir que el miedo me detenga".

La conversación fluyó entre risas y momentos serios, pero ambos sabían que el camino por delante no sería fácil. A medida que terminaban el desayuno, un mensaje inesperado llegó a su teléfono: un aviso sobre una reunión urgente con los altos ejecutivos de la empresa.

El corazón de él se aceleró. "Parece que mi día acaba de volverse más interesante", dijo con una mezcla de emoción y nerviosismo. Se vistió y se dirigió hacia la sala de juntas, que se encontraba dos pisos más abajo, donde lo estaban esperando los altos ejecutivos con malas caras. No sabían con quién se estaban metiendo; él era uno de los tiburones mejor valorados en las altas esferas de la bolsa, y si le daban problemas, había una cola de jóvenes emprendedores que se morían de ganas de trabajar con él.

M. D.  Álvarez 

lunes, 15 de septiembre de 2025

Entre sombras y susurros.

Con la mirada clavada en un punto fijo, estaba absorto en cavilaciones que evitaron que observara que era rodeado por los matones del capo de aquel local.

—No te pareces a ninguno de mis clientes —dijo el matón encargado de aquel antro—. Ni siquiera has mirado a las chicas que se desviven por tu paquete. ¿Y qué demonios miras tan fijamente?

Se levantó y, con su estatura de casi tres metros, los hizo retroceder.

—Tan solo quiero que sepas que no tengo nada en contra de tus lindas jovencitas, pero mi paquete ya tiene dueña —dijo, esbozando una aterradora sonrisa que mostraba su blanca dentadura. Te voy a cerrar el local —dijo, y avanzó hacia él.

—¿Tú y cuántos más? —preguntó el encargado—. Creo que somos 30 a 1.

—Yo solo me basto para cerrar el local, pero si prefieres, te lo destrozo. Señoritas, hagan el favor de salir —dijo él, quitándose la chaqueta.

Las bailarinas y camareras salieron a la carrera; mirando el tamaño de aquel cliente, sabían que los matones no tenían nada que hacer.

Fuera, las esperaban furgones de las fuerzas especiales. Una joven agente aguardaba la palabra clave para intervenir. En vez de eso, los matones salieron por la ventana, atravesaron la pared y otros habían volado directamente al furgón; todos habían sido reducidos por él. Ella entró al local de alterne y miró alrededor.

—¿Qué ha pasado con la palabra clave? —dijo, rozando su paquete.  

—Tenía que estirarme un poco y no me dieron otra opción —dijo él, seriamente.  

—Ya hablaremos más tarde —dijo con una sonrisa traviesa.

El resto de los agentes se encargó de esposar y sacar a los maleantes, mientras ellos dos se retiraban amarteladitos. Ella lo jaló de la corbata y lo hizo agacharse, dándole un apasionado beso. "Ya verás esta noche", dijo con tono seductor.

Mientras ella lo miraba con una mezcla de preocupación y cariño, Él se enderezó, ajustándose la corbata que ella había tirado en el calor del momento. La música del local aún resonaba en sus oídos, pero el silencio que se había apoderado del lugar era casi palpable.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó él, con una sonrisa traviesa, tratando de aligerar el ambiente.

—Ahora vamos a hablar de cómo lograste meterte en problemas otra vez —respondió ella, cruzando los brazos y levantando una ceja, aunque no pudo evitar sonreír al verlo.

Alex se reclinó contra la pared, disfrutando de la cercanía de ella. —No fue mi intención causar revuelo, pero esos matones no saben cuándo rendirse.

—Siempre tienes que ser el héroe, ¿verdad? —dijo ella, acercándose un poco más—. Pero me encanta eso de ti. 

Él la miró fijamente, sintiendo esa conexión especial que solo ellos compartían. —Y tú, ¿qué harías sin mí?

—Probablemente estaría mucho más tranquila —bromeó ella—. Pero admito que a veces me gusta la emoción que traes contigo. 

Él se inclinó hacia ella, su voz más suave. —¿Te gustaría compartir un trago para celebrar que estamos juntos y que salimos de esta?

Ella rió suavemente y asintió. —Solo si prometes no romper nada más esta noche.

—Trato hecho —dijo él, levantando las manos en señal de rendición y guiándola hacia la salida.

Al salir del local, las luces de las sirenas parpadeaban a su alrededor mientras el aire fresco de la noche los envolvía. Alex tomó la mano de Sofía y sintió que ese pequeño gesto era suficiente para enfrentar cualquier desafío juntos.

—Siempre estaré a tu lado —susurró él mientras caminaban hacia su coche patrulla.

—Y yo a tu lado también —respondió ella con una sonrisa cómplice—. Ahora vamos a relajarnos un poco antes de que llegue el próximo problema.


M. D. Álvarez 

domingo, 14 de septiembre de 2025

El último tiro.

La única oportunidad que le quedaba para darles una ventaja y que pudieran salir era que destruyera la megaconstrucción. Así que tiró de galones y colocó diez cargas térmicas en los sitios apropiados para demoler la estructura, y así liberar la presión que ejercía aquel puesto de francotirador ubicado en el tejado de la infraestructura.

Con un suave zumbido, las cargas térmicas comenzaron a activar su cuenta regresiva. Mientras tanto, el protagonista se agachó detrás de un contenedor de metal, sintiendo la vibración del suelo bajo sus pies. La tensión en el aire era palpable; cada segundo contaba. Miró hacia el tejado, donde el francotirador mantenía su mirada fija en el horizonte, ajeno a lo que se avecinaba.

“Esto es por ellos”, murmuró para sí mismo, recordando las caras de aquellos que habían quedado atrapados en la ciudad. El eco de sus risas aún resonaba en su mente, dándole fuerzas para seguir adelante.

Cuando la cuenta regresiva llegó a cero, una explosión ensordecedora sacudió la estructura. El polvo y los escombros se alzaron como un gigantesco monstruo enojado, cubriendo todo a su paso. Con un último vistazo al francotirador, que ahora estaba distraído por el caos, corrió hacia la entrada.

El camino estaba despejado, pero sabía que el tiempo no estaba de su lado. Cruzó el gran hall y subió las escaleras raudo como un rayo, abrió la puerta de metal del tejado y localizó al francotirador que seguía buscando víctimas a quien abatir. No se percató de su presencia hasta que ya fue tarde; lo desarmó y arrojó desde lo alto de aquel rascacielos casi derruido. Desde las alturas, lanzó un grito de júbilo; por lo menos tendrían algo de paz.

M. D. Álvarez 

sábado, 13 de septiembre de 2025

La cúpula.

Bajo aquella cúpula, su poder y determinación no le servían de nada. Sintió cómo sus fuerzas se debilitaban cada vez que intentaba romper los muros, pero no podía dejar de luchar, no mientras su familia lo necesitase.

En su interior, comenzó a sentir que algo se debatía por salir. No podía controlar su frustración hasta que notó la cálida mano de su madre, que lo miraba con orgullo.

—No luches más, mi tesoro —dijo amorosamente su madre—. Tus hermanos están preocupados por ti; tienen miedo de que te hagas daño.

—Mamá, solo quiero que seamos libres, y aquí me siento enjaulado —dijo él, cabizbajo.

—Toma, come algo y luego te contaré el porqué de esta cúpula —dijo ella, ofreciéndole una hogaza de pan.

Su estómago crujía y tomó la hogaza, la partió en dos trozos y le entregó uno a su madre, que con ternura lo guardó. Mientras lo masticaba, ella le contó el porqué de aquella cúpula: bajo ella estaban las criaturas malditas por su aspecto y poder. Los de fuera los temían y odiaban por simple envidia.

—¿Pero tan horribles somos? —preguntó él al borde de las lágrimas.

—No, mi vida, tú eres mi hermoso lobito al que todos amamos. Bajo esta bóveda, tú serás el único que pueda cambiar la percepción de los de arriba para con nosotros.

M. D.  Álvarez 

viernes, 12 de septiembre de 2025

La bestia interior.

El tiempo más oscuro está por llegar, fue lo último que le dijo su abuelo antes de fallecer, y de eso habían pasado diez años. Ahora, a mis dieciocho años, comprendo su preocupación por su único nieto. Él lo acogió cuando sus padres murieron en un accidente; solo estuvo con él dos años y le tomó mucho cariño. 

Decía que era la viva imagen de su hija; había heredado sus ojos de un azul tan puro que, cada vez que lo miraba, el sol parecía brillar más, aunque el día estuviera oscuro. Cuando su abuelo murió, fue de casa en acogida en casa de acogida. Su vida transcurrió entre peleas y palizas. 

Él había nacido diferente; era un licántropo, pero no lo supo hasta que llegó a la adolescencia. 

Su primera transformación fue aterradora; notó cómo en su interior algo lo estaba destrozando para salir. Por la mañana, se despertó en el parque, todo manchado de sangre y con un sabor a hierro en la boca. 

Tuvo suerte y nadie lo vio volver a la última casa de acogida. Se duchó y se vistió. Los periódicos daban noticias sensacionalistas y abrían sus portadas con una aterradora noticia: "Un monstruo anda suelto". 

Se asustó quien había sido la víctima; su abuelo le inculcó unos valores nobles y profundamente piadosos. Ahora le darían caza como a un animal. 

Ojeó el periódico y leyó que el parque zoológico había sido atacado por un monstruo que había descuartizado a un oso grizzly y a dos osos polares, para luego devorarlos. Aún así sentia un gran respeto por todas las vidas tanto las humanas como las animales. 

M. D.  Álvarez 

jueves, 11 de septiembre de 2025

El tesoro.

Las obras del convento habían comenzado hace meses, pero los obreros aún no habían descubierto el misterio que se escondía tras los muros antiguos. Una mañana, al derribar una pared, encontraron un pasadizo secreto. La curiosidad los llevó a explorar el oscuro túnel, que parecía no tener fin. 

Al final, una puerta de madera tallada reveló una biblioteca olvidada, llena de libros antiguos y pergaminos. Entre ellos, un diario narraba la vida de una monja que había vivido allí siglos atrás, guardando secretos de alquimia y sabiduría ancestral. 

Las obras del convento habían desenterrado un tesoro invaluable.

M. D. Álvarez 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Elemento ligado a la extinción.

Estudiaba los cambios en el firmamento; los estragos que causaban en el planeta eran aterradores. Las constantes caídas de fragmentos de estrellas que estaban siendo destruidas más allá de la nube de Oort y los fragmentos eran lanzados contra la gran cantidad de objetos transneptunianos que, al impactar con los fragmentos de enanas blancas, salían despedidos en dirección a nuestro hogar. Los más grandes eran considerados ELE. 

Él era un  ávido observador del cosmos ideó un método para desviar la trayectoria de los asteroides que se aproximaban a la Tierra. 

Debían permanecer una serie de flotillas en órbita; su cometido era utilizar redes de titanio para recoger los grandes y pequeños asteroides y soltarlos fuera del influjo de la gravedad de la Tierra. Pero ese método solo servía para asteroides, y lo que acababa de descubrir era mucho más aterrador: dos trozos desgajados de una enana blanca se dirigían hacia nuestro planeta azul, y para frenar aquellos guijarros no había nada que pudiera desviarlos. Aquel acontecimiento sería el elemento ligado a la extinción, más conocido como ELE.

M. D. Álvarez 

martes, 9 de septiembre de 2025

Arhakan, el beligerante.

La noticia corría como la pólvora: nos estaban invadiendo a marchas forzadas, y ya nos lo habían advertido. Los libros de los antiguos sabios contaban las batallas entre dioses; de tal potencia eran sus enfrentamientos que a cada combate le seguían varios eones de desolación. 

De su carácter hierático se desprendía que, a cada conclusión, el vencedor era consagrado rey del cosmos. Los ejércitos del vencedor sometían a los vencidos y a sus devotos. Habían derrotado nuestras defensas y entraban a raudales y a borbotones por las grietas sufridas en nuestros muros. 

Aunque nuestra defensa la vendimos cara, luchamos hasta el último de los nuestros; hicimos honor a nuestra naturaleza beligerante. Os preguntaréis por qué a nosotros, los seres más beligerantes; pues precisamente por eso, por nuestro carácter luchador e incansable. 

Los invasores nos temían por nuestra ferocidad. Nuestro creador, una deidad beligerante, el gran Arhakan, nos hizo aguerridos y bravos. Luchábamos hasta la muerte; incluso nuestras mujeres, hábiles guerreras, ofrecían su sangre en honor a nuestra deidad.

M. D. Álvarez 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Defensora a ultranza.

Su único deber para con su equipo se lo debía a ella, su novia, por la que se dejaría torturar sin contemplaciones. Pues bien, se creían con derecho a exigirle que efectuara las misiones más arriesgadas, y ellos no daban un palo al agua sin decírselo a ella, pero algo debió notar por la animadversión que se palpaba en el grupo.

—"¿Qué te ocurre, mi amor?" —preguntó ella con la delicadeza que la caracterizaba.  

—"Nada" —dijo él, lanzando una mirada asesina al grupo que se encontraba repanchingado en el sofá.  

—"No, algo te pasa, mi vida" —dijo ella, acercándose suavemente a él. —"Sé cuando te sientes incómodo y ahora mismo pareces un lobo enjaulado" —refirió ella, besándole con paciencia.  

—"No quiero preocuparte" —respondió él, aún más enervado; los veía reírse mirando hacia ellos.  

— Me voy a enterar y sabes que te lo puedo sacar con ternura "—respondió ella, explayándose con un apetecible beso.

—"Son ellos, no pegan un palo al agua, y soy yo quien tiene que sacar las castañas del fuego". —Termino por estallar, completamente superado por el amor que ella le daba.

Tranquilo, mi rey. Yo los voy a poner firmes. Tú eres mi amor y nadie se atreve a utilizarte si no soy yo. Después te compensaré, mi adorable guardián. Le respondió ella con voz melosa.  

En cuanto la vieron dirigirse hacia ellos, salieron escopetados; sabían cómo se las gastaba: era de armas tomar. En lo que se refería a él, era intransigente; nadie podía tocarlo.

—"No huyáis, que es peor, y sé dónde vivís", les grité, saliendo tras de ellos. —"Os vais a enterar si volvéis a mandarle a otra misión, os capó, ¿me oís?"

La oí gritarles. Media hora después, ella volvió con dulce sonrisa y les preguntó: "¿Dónde nos hemos quedado, mi querubín de ojos azules?"

Él la miró como solo él sabía hacerlo, y ella se derritió. Lo cogió de la mano y se lo llevó a su dormitorio. La noche se presentaba intensa y apasionada.

Continuará...

M. D. Álvarez

sábado, 6 de septiembre de 2025

Entre la vigilia y el amor.

Cada noche intentaba esperarlo despierta, pero siempre caía en los brazos de Morfeo. Eso hacía que él se sintiera inquieto, pero una noche descubrió que ese tal Morfeo no tenía nada que hacer. Descubrió cómo mantenerla despierta; a partir de aquel día, ella lo esperaba anhelante y subyugada por el deseo

Cada noche, el susurro del viento parecía llevar consigo la promesa de su llegada. Ella, con su corazón latiendo al ritmo de la anticipación, se sentaba en la ventana con una taza de té caliente entre las manos. Sin embargo, las horas se deslizaban como arena entre los dedos, y el cansancio siempre la vencía, llevándola a un sueño profundo y reparador.

Él, sintiéndose frustrado por no poder compartir esos momentos mágicos a su lado, decidió que debía cambiar las reglas del juego. Esa noche, se armó de valor y utilizó su magia para crear un leve destello de luz que danzaba en el aire. Era un brillo suave y cálido, como si las estrellas mismas se hubieran filtrado en su habitación.

Cuando ella despertó, se encontró rodeada por el resplandor etéreo que iluminaba su rostro. Sus ojos se abrieron como dos faros en la oscuridad, y el deseo que había estado latente en su interior cobró vida. “¿Qué es esto?”, murmuró asombrada.

“Soy yo”, respondió él con una voz suave que resonaba en el aire. “He venido a mostrarte cómo mantenerte despierta. No quiero que te pierdas ni un instante de lo que estamos construyendo juntos”.

Ella sonrió, sintiendo cómo cada palabra suya era un hechizo que la mantenía alerta. Desde esa noche, él le enseñó a jugar con los sueños y la vigilia. Juntos exploraron mundos donde la realidad se entrelazaba con la fantasía; cada conversación era un nuevo universo donde sus almas podían danzar libremente.

Con cada encuentro, ella aprendió a abrazar sus deseos más profundos, dejando atrás el miedo a lo desconocido. Las noches se convirtieron en un lienzo donde pintaban sus anhelos y esperanzas. Ya no había más Morfeo que interrumpiera su conexión; solo quedaba el brillo compartido entre ellos.

Así comenzó una historia llena de magia y complicidad, donde las noches eran eternas y los sueños se convertían en realidades palpables. Ella nunca volvió a temer al sueño; ahora sabía que él siempre estaría allí para guiarla en cada aventura.

M. D.  Álvarez 

viernes, 5 de septiembre de 2025

El surgimiento de un héroe.

Era un chico encantador, líder de un comando de ataque formado por su brazo derecho, su teniente Angie, el subbrigadier Néstor y dos soldados de primera: Daniel y Kail. Él era un trozo de pan, aunque, cuando tenían que entrar en combate, se transformaba en un líder frío y calculador. Siempre planeaba los ataques, entrando el primero y saliendo el último.

Perdón, no lo he presentado: él es el comandante en servicio activo más joven. Con tan solo 18 años, alcanzó el rango militar de comandante general y, aunque podía ejercer desde un despacho, prefería la acción. Su nombre es John Sanders, sí, uno de los héroes futuros. Pero ahora contaré cómo perdió el brazo. 

Continuará...

M. D. Álvarez 

jueves, 4 de septiembre de 2025

La rosa violeta.

Sufría cada vez que él se iba a trabajar; antes de salir, él le dejaba preparado el desayuno y una hermosa rosa violeta. Sus aptitudes lo hacían idóneo para la ciencia. Su cuerpo era sometido a pruebas de fuerza y velocidad, pero era necesario para la evolución de la especie. Su naturaleza híbrida le daba tal capacidad de sacrificio y esfuerzo que sus energías eran inagotables.. 

Cada mañana, mientras él se preparaba para enfrentar otro día de pruebas y desafíos, ella observaba desde la ventana, su corazón dividido entre el orgullo y la preocupación. Sabía que su sacrificio era crucial para el futuro, pero no podía evitar sentir una punzada de dolor cada vez que lo veía partir.

En el laboratorio, los científicos lo recibían con una mezcla de respeto y asombro. Su naturaleza híbrida, resultado de años de investigación genética, lo convertía en el sujeto perfecto para sus experimentos. Su fuerza y velocidad superaban con creces las capacidades humanas normales, y su resistencia era casi sobrehumana. Sin embargo, lo que más impresionaba a los científicos era su capacidad para recuperarse rápidamente de cualquier herida o fatiga.

A lo largo del día, su cuerpo era sometido a pruebas cada vez más exigentes. Corría en cintas a velocidades vertiginosas, levantaba pesos que habrían aplastado a cualquier otro, y soportaba temperaturas extremas sin inmutarse. Cada prueba era un paso más hacia la comprensión de los límites de la biología híbrida y la posibilidad de un futuro donde la humanidad pudiera superar sus propias limitaciones.

Pero no todo era trabajo y sacrificio. En los momentos de descanso, él se permitía pensar en ella, en la rosa violeta que siempre le dejaba junto a su desayuno. Esa pequeña flor era su ancla, un recordatorio de que, a pesar de todo, había alguien que lo esperaba, alguien que creía en él y en su misión. Esa conexión emocional le daba la fuerza para seguir adelante, para enfrentar cada nuevo desafío con determinación y esperanza.

Mientras tanto, en casa, ella se sumergía en sus propios pensamientos. Sabía que su amor por él era lo que le daba fuerzas para seguir adelante, pero también sabía que su misión era más grande que ambos. Cada rosa violeta que él le dejaba junto a su desayuno era una promesa silenciosa de que la quería y que siempre regresaría a ella, sin importar cuánto tiempo pasara o cuán difícil fuera el camino.

Con el tiempo, los resultados de los experimentos comenzaron a mostrar avances significativos. Los científicos estaban más cerca que nunca de desentrañar los secretos de la biología híbrida, y él se convirtió en un símbolo de esperanza para todos. Su sacrificio no era en vano; cada prueba superada, cada límite roto, era un paso más hacia un futuro mejor.

Y así, día tras día, él continuaba su labor, impulsado por el amor y la esperanza. Sabía que su sacrificio era necesario, pero también sabía que no estaba solo. En cada rosa violeta, en cada mirada de ella, encontraba la fuerza para seguir adelante, para enfrentar cualquier desafío que se presentara. Porque, al final, su misión no era solo para la evolución de la especie, sino también para el amor que los unía y la promesa de un futuro juntos.

M. D. Álvarez 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

¿Rechazo?

Su cama era la más grande, por lo que pudiera pasar. No había una noche en la que no cayera una belleza en sus brazos; era cálido y servicial. Solo hubo una noche en la que lo rechazaron, y aquello cayó como una bomba nuclear sobre su ego.

Aunque aquella belleza le dijo: —No eres tú, soy yo", y besó apasionadamente a su amiga, que se la comía con la mirada. Aquello alivió algo su ego y recordó que había alguien muy especial a quien siempre miraba de la misma forma que aquel bombón estaba mirando a su conquista fallida.

Cogió su Harley y salió a toda pastilla en dirección a la casa de la única  que se le había resistido. Compró un ramo de rosas blancas y se plantó frente a su puerta; estaba seguro de que ella lo miraba con ojos devoradores.

Llamó al timbre y espetó: "Vaya, por fin te decides. ¿No será que te han rechazado a ti, el inigualable Adler?" dijo ella, sorprendida pero con aquella mirada que lo taladraba. Se quedó helado; tras ella había un maromo que parecía un armario ropero.

"Si molesto, me voy", dijo visiblemente alterado.  

Pero ella aún se lo seguía comiendo con la mirada y dijo: "Espera un momento" y cerró la puerta. Dentro, ella despachó al individuo con pinta de estivador, como cajas desempleadas. 

Este, al salir, le espetó: "¡Ábrase visto! Este mequetrefe me ha chafado la noche."

M. D. Álvarez 

martes, 2 de septiembre de 2025

Redefiniendo el amor

Nadie lo hubiera creído: él, el soltero de oro, había caído en sus redes. Lo tenía dominado como a un tierno corderito; lo traía por la calle de la amargura. Sabía cómo hacerle padecer de amor; con tan solo un gesto, él aparecía clavado ante ella, que, sabedora de su poder, lo domeñaba hasta tal punto que sus amigos le dieron un toque.. 

Le dijeron: "Si lo quieres, no lo maltrates, o si se da cuenta de que lo has embelesado con tus armas de mujer, se puede volver caótico e inestable". Ella adoraba cómo se sentía, pero reconoció que lo amaba.

Ella, al escuchar las palabras de sus amigos, se dio cuenta de que tal vez había llevado las cosas demasiado lejos. Decidió cambiar su enfoque y mostrarle a él cuánto realmente le importaba. Empezó a ser más atenta y cariñosa, dejando de lado los juegos y las manipulaciones.

Él, sorprendido por el cambio, comenzó a abrirse más con ella. Las barreras que había levantado lentamente se desmoronaron, y empezó a compartir sus pensamientos y sentimientos más profundos. Ella, por su parte, se mostró comprensiva y paciente, escuchándolo con atención y apoyándolo en todo momento.

Con el tiempo, su relación se fortaleció. Las risas y los momentos de complicidad se hicieron más frecuentes, y ambos descubrieron una nueva faceta del amor que no habían experimentado antes. Él se sentía más seguro y amado, mientras que ella disfrutaba de la sinceridad y la conexión genuina que habían construido juntos.

Un día, mientras paseaban por el parque, él se detuvo y la miró a los ojos. Con una sonrisa, le dijo: “Gracias por mostrarme lo que es el verdadero amor. No puedo imaginar mi vida sin ti”. Ella, conmovida, le respondió: “Y yo no puedo imaginar la mía sin ti. Te amo”.

M. D.  Álvarez 

Bajo el peso del silencio.

Siempre estaba para ella; la consideraba más que una amiga, pero nunca se había atrevido a decirle lo que sentía. No podía tener una relación con ella, y menos siendo su superior. Una mañana, en una de las maniobras, ella no llegó al toque de diana. Él se preocupó; cuando terminaron las maniobras, la buscó en los barracones y la encontró saliendo de la prefectura. Su cara no auguraba nada bueno.

—Hola, Angie, te perdiste el toque de diana. ¿Estás bien? —preguntó él, intuyendo que algo había pasado.  

—Mi comandante, no, señor, estoy bien —dijo ella, cuadrándose y saludando marcialmente.  

—Déjate de rangos y de saludos, Angie. Tú no estás bien, acompáñame —respondió él, llevándola a la cafetería.  La sentó en una silla y pidió un té de jazmín; sabía que era su favorito. Él se pidió un café..

—"Ahora me vas a decir qué ocurre", —preguntó con cautela. —"Te he visto salir de prefectura y no tenías buena cara. ¿Qué ocurre? Ya sabes que siempre estoy a tu lado".

—"Lo sé, Arthur, pero esto no creo que lo puedas solucionar" —dijo, ocultando su rostro entre sus manos—. 

—"Puedes pedirme lo que sea, te quiero" —dijo, sujetando sus manos entre las suyas.

Ella lo miró un poco más tranquila. Entre sollozos, le confesó que había sido violada por un general.

Él sintió cómo le hervía la sangre y, con toda la calma de la que fue capaz, le preguntó: —"¿Quién?".

—"Mackinling "—refirió ella, con el rostro oculto entre sus manos.

Continuará...

M. D. Álvarez 

lunes, 1 de septiembre de 2025

El hechizo de la sonrisa.

Le sorprendió el grupo de jovencitas que se abalanzaron sobre él; si no hubiera estado ella, que las mantuvo a raya, seguramente las tendría tras de mi rastro. 

—Que, si yo no he hecho nada —le dije con cara de no haber roto un plato—. 

—Si eso, tú, pome ojitos —dijo ella, derritiéndose por mí.

Ella me miró con una mezcla de diversión y exasperación. 

—No te hagas el inocente —dijo, cruzando los brazos—. Sabes perfectamente lo que haces cuando sonríes así.

Me encogí de hombros, tratando de mantener la compostura. 

—¿Sonreír? ¿Desde cuándo es un crimen?

Ella soltó una risa suave, pero sus ojos seguían fijos en los míos, como si intentara descifrar un enigma. 

—No es un crimen, pero sabes que tienes un efecto en la gente. Especialmente en las chicas jóvenes.

—¿Y qué hay de ti? —pregunté, dando un paso más cerca—. ¿También caíste bajo mi hechizo?

Ella levantó una ceja, claramente divertida por mi atrevimiento. 

—No te lo creas tanto, Romeo. Solo estoy aquí para asegurarme de que no te metas en problemas.

—¿Problemas? —repetí, fingiendo sorpresa—. Yo nunca me meto en problemas.

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. 

—Claro, y yo soy la Reina de Inglaterra.

Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la compañía mutua. Finalmente, ella suspiró y me dio un golpecito en el brazo.

—Vamos, Romeo. Es hora de irnos antes de que esas chicas vuelvan.

Asentí y la seguí, sintiendo una extraña mezcla de alivio y decepción. Quizás, después de todo, no era tan malo tener a alguien que me mantuviera a raya.

M. D.  Álvarez