Aún no se sentía seguro; era blanco de las miradas acechantes de las lobas más bravas e irascibles, que lo perseguían como a un ejemplar imponente. Pero todavía era un cachorro. Aunque su cuerpo era el de un lobo adolescente, era un misterio; su historia era triste: fue abandonado por su manada nada más nacer, por su gran tamaño.
Hambriento, vagaba por los bosques mendigando alimento, pero nadie lo veía como a un cachorrito, hasta que una hermosa cierva se alió con él y lo amamantó. Con calma, no deseaba daños a su nueva madre. Así pasaron las semanas hasta que lo destetó. Aquella noble cierva lo crió como a un joven y tierno cervatillo; le mostró la naturaleza del bosque, los peligros que hay que evitar y por dónde se puede transitar, qué comer y qué evitar, por dónde babear un río y, por último, le contó su historia.
Era un hermoso lobo sin manada; por su gran tamaño, nadie lo quería. Lo expulsaron de todas las manadas del bosque y nadie osó alimentarlo, hasta que ella, una hermosa hembra de ciervo, lo alimentó con mimo, le mostró el lugar de las cosas en la naturaleza y ahora debía tomar su sitio en la manada.
El hermoso lobo le prometió que protegería a su nueva familia de las manadas desaforadas que utilizaban el bosque como comedero. Su nueva madre estaría segura, pero antes debía enfrentarse al macho alfa de la regia manada de donde fue expulsado.
M. D. Álvarez
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