Aquel sujeto tenía una particularidad: su epidermis le permitía camuflarse y no ser detectado en un bosque. Su piel moteada le permitía acercarse a sus adversarios sin ser detectado.
Aprovechando su habilidad, se movía con sigilo entre los árboles, sus pasos eran tan ligeros que ni siquiera las hojas secas crujían bajo sus pies. Cada vez que se acercaba a un adversario, su piel cambiaba de tonalidad, mimetizándose con el entorno.
Los animales del bosque, acostumbrados a su presencia, no se alarmaban, lo que le permitía avanzar sin levantar sospechas.
Una tarde, mientras acechaba a un grupo de cazadores furtivos, notó algo inusual. Uno de ellos llevaba un dispositivo que emitía un leve zumbido, y cada vez que se acercaba, su piel comenzaba a picar.
Se dio cuenta de que el dispositivo podía detectar su camuflaje. Decidió retroceder y observar desde una distancia segura.
Sabía que debía encontrar una manera de neutralizar esa amenaza si quería proteger el bosque y a sus habitantes.
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